Hazrat Inayat: La ley de la acción, parte II
Continuamos con la segunda entrega de las enseñanzas de Hazrat Inayat Khan sobre la ley de la acción. En la primera parte, indica que cada acción conlleva consecuencias inevitables, y examina cinco aspectos de esta ley, que son la ley de la comunidad, la ley del estado, y la ley de la iglesia, finalizando con la ‘ley de los profetas’.
Cuando estudiamos las religiones dadas por varios profetas a diferentes personas en este mundo, en diferentes períodos de tiempo en la historia del mundo, encontraremos que la verdad que está detrás de todas las religiones es la misma; si las enseñanzas difieren, sólo difieren en la ley que han dado. Las personas siempre han discutido en vano esta diferencia en las leyes que los diferentes maestros han dado a su pueblo, sin darse cuenta de lo mucho que esa ley depende de la gente que la recibió y del tiempo en el que fue dada.
Pero las cuatro leyes que se mencionan arriba, la ley de la comunidad, del estado, de la Iglesia, y del profeta, todas tienen sus limitaciones. Existe, sin embargo, una ley que guía al hombre hacia lo ilimitado, y esta ley no puede nunca ser enseñada ni explicada. Al mismo tiempo, esta ley está enraizada en la naturaleza humana, y no existe persona, por más injusta o malvada que parezca, que no tenga esta facultad en lo más profundo de su ser. Puede llamarse una facultad, porque es la facultad de discernir entre el bien y el mal.
Pero ¿qué determina que algo pueda definirse como correcto o incorrecto? Cuatro cosas: la motivación detrás de la acción, el resultado de la acción, el tiempo, y el lugar. Una acción equivocada con una motivación correcta puede estar bien; y una acción correcta con el motivo equivocado puede estar mal. Siempre estamos dispuestos a juzgar una acción, y rara vez pensamos en la motivación. Es por eso que acusamos con facilidad a una persona por sus faltas, y nos justificamos con facilidad por las nuestras, porque conocemos mejor nuestros motivos. Talvez justificaríamos a otra persona como nos justificamos a nosotros si también tratáramos de conocer la motivación detrás de su acción.
Un pensamiento, una palabra, o una acción en el lugar equivocado se vuelven incorrectas, incluso si fueran correctas en sí misma. Un pensamiento o una palabra o una acción en el momento equivocado podrían ser incorrectas, aunque parezcan correctas. Y mientras más analizamos esto diremos, ‘No tiene sentido sentirse mal por las acciones equivocadas de otra persona. Debemos contentarnos con la idea de que no podía hacerlo mejor.’ Se requiere iluminación divina y una perspectiva espiritual en la vida para poder verlo todo, intentando observar lo que está detrás de cada cosa, y observar todo en su correcta luz. Y esta perspectiva se logra con el incremento de la compasión. Mientras más compasión tengamos en nuestros corazones, más comenzará el mundo a verse diferente.
Hay otro sentido en esta pregunta. Percibimos las cosas según cómo las vemos. A una persona equivocada, todo le parece equivocado, y a una persona correcta todo le parece correcto; porque la persona correcta convierte lo incorrecto en correcto, y la persona equivocada convierte lo correcto en incorrecto. El pecado del virtuoso es una virtud, y la virtud del pecador es un pecado. Las cosas dependen en gran medida de nuestra interpretación, ya que ninguna acción, palabra o pensamiento tiene una etiqueta que determine que sea correcto o incorrecto.
Hay todavía otro sentido a la pregunta: qué tanto nuestro gusto y disgusto influyen en el discernimiento entre correcto e incorrecto. Para la persona que amamos y queremos y admiramos queremos ver todo lo incorrecto en una luz correcta. Nuestra razón rápidamente viene al rescate del amado. Siempre trae un argumento de lo que está bien y qué justifica su equivocación. Y con cuánta facilidad vemos las faltas y errores de aquel que nos desagrada; y ¡qué difícil es para nosotros encontrar una falta, incluso si quisiéramos, en aquel que amamos! Por eso, si en la vida de Cristo leemos que perdonó a aquellos acusados de graves faltas o pecados, ahora podemos ver que era natural que aquel que amaba a la humanidad no pudiera ver faltas; lo único que podía ver era perdón. Una persona tonta o simple está siempre dispuesta a ver el error de otra persona y a tener una opinión y a juzgar. Pero encontrarán que la persona sabia expresa su opinión de los demás bastante diferente, siempre tratando de tolerar y siempre tratando de perdonar aún más. El presente es el reflejo del pasado, y el futuro será el eco del presente; este dicho siempre demostrará ser verdad.
Los Sufis de Persia han clasificado la evolución de la personalidad en cinco grados diferentes. El primero es la persona que erra a cada paso en su vida y que encuentra falta en el otro en cada momento de su vida. Podemos imaginar a esta persona como alguien que siempre se cae, que está a punto de derrumbarse; y cuando cae enseguida agarra a alguien más y lo jala consigo hacia abajo. Esto no es raro, si estudiamos la psicología del ser humano. El que encuentra falta en el otro es a menudo el que más faltas tiene. La persona correcta primero observa sus propias faltas; la persona equivocada observa sus faltas al último; sólo después de haber observado las faltas de todo el mundo observa sus propias faltas. Entonces todo está mal, y por lo tanto todo el mundo está mal.
El siguiente grado de personalidad es el de aquel que comienza a ver el error en sí mismo y lo correcto en el otro. Naturalmente, tiene la oportunidad en su vida de corregirse porque tiene tiempo para descubrir todas sus faltas. El que observa las faltas de los demás no tiene tiempo para observar sus propias faltas. Además, no puede ser justo; la facultad de justicia no puede despertarse a menos que comencemos a practicar esa justicia al observar nuestras propias faltas.
La tercera persona es aquella que dice: ‘¿Qué importa si hiciste bien o si hiciste mal? Lo que se necesita es hacer bueno lo malo.’ Esta persona se desarrolla a sí misma de forma natural, y ayuda a sus compañeros a desarrollarse también.
Después está la cuarta persona, que no puede ver lo que se conoce como bueno sin la posibilidad de que se vuelva malo, y no puede ver lo que se conoce como malo sin la posibilidad de que se convierta en bueno. La mejor persona en el mundo no puede ocultarle sus faltas y la peor persona en el mundo enseñará sus méritos ante sus ojos.
Pero cuando la persona se ha elevado al quinto grado de personalidad, entonces estas ideas opuestas de lo correcto y lo incorrecto, del bien y el mal, parecen ser los dos extremos de una misma línea. Cuando llega ese momento, puede decir poco acerca de ello, porque las personas no le creerán, a pesar de que es la persona que puede juzgar correctamente —sin embargo, será la última en juzgar.
Continuará…
Traducido por Darafshan Daniela Anda