Hazrat Inayat: El camino de la meditación pt III
Habiéndonos llevado del pensamiento dirigido a la concentración, y luego en la publicación anterior a la contemplación, Hazrat Inayat Khan habla ahora de la unidad que se encuentra en la meditación.
En la India hay una entretenida historia que ilustra esta idea. Un joven fue enviado a la escuela. Comenzó sus clases con los demás niños, y la primera lección que le dio el maestro fue la línea recta, el número “uno”. Pero mientras los demás iban progresando, este niño seguía escribiendo el mismo número. Al cabo de dos o tres días, el maestro se acercó a él y le dijo: “¿Has terminado la lección? El niño respondió: “No, sigo escribiendo el uno“. Siguió haciendo lo mismo, y cuando al final de la semana el profesor le preguntó de nuevo, dijo: “Todavía no la he terminado”. El maestro pensó que era un idiota y que había que echarlo, ya que no podía o no quería aprender. En casa, el niño siguió con el mismo ejercicio, y los padres también se cansaron y se disgustaron. Él se limitó a decir: “Todavía no lo he aprendido, lo estoy aprendiendo. Cuando haya terminado, tomaré las otras lecciones”. Los padres dijeron: “Los otros niños van más adelantados, la escuela te ha abandonado, y tú no muestras ningún progreso; estamos cansados de ti”. Y el muchacho pensó con el corazón triste que, como también había disgustado a sus padres, era mejor irse de casa. Así que se fue al desierto y vivió de frutas y nueces. Después de mucho tiempo volvió a su antigua escuela, y al ver al maestro le dijo: “Creo que lo he aprendido. Mira si lo he hecho. ¿Escribo en esta pared?” Y cuando hizo su señal, la pared se partió en dos.
¿Qué nos dice esta historia? Nos dice que hay otra orientación en el aprendizaje, que es bastante contraria a lo que generalmente entendemos por aprendizaje. Cuando a este muchacho le enseñaron a escribir “uno”, no pudo ver más allá de “uno”. Pensó: dos es uno y uno, es uno. ¿Qué es cuatro? Es uno y uno y uno y uno. Fue a este “uno” al que dedicó su mente, y cuando fue al desierto, ¿cuál fue su contemplación? Cada árbol le sugirió el mismo número “uno”; cada planta, todo en la naturaleza lo vio como “uno”, porque todo en la naturaleza es único, y esto es la unicidad en la naturaleza, lo que prueba la unidad detrás de todo. Esta historia simbólica de la pared dividida en dos explica que cuando la persona meditativa ha desarrollado el sentido de la unidad, dondequiera que poce su mirada, sobre un ser humano, sobre un objeto, éste se abrirá como la pared se abrió en dos, y le mostrará su carácter, su naturaleza, su secreto y su misterio. Las personas que leen ocultismo dicen que hay tres ojos, y que el tercero es el Ojo interior. ¿Qué significa esto? Significa que los mismos dos ojos que tenemos se convierten de dos en uno. Cuando una persona medita en el Uno, y cuando se hace consciente del Uno, entonces sus ojos se convierten en uno; y al convertirse en uno este ojo obtiene tal poder que atraviesa todas las cosas y conoce todas las cosas. Es por este conocimiento que el ojo se abre.
Pero ahora podríamos hacernos una pregunta. Hoy en día vivimos en un mundo de lucha, en el que sólo se lucha por conseguir las cosas que elegimos y anhelamos, incluso la lucha por vivir, la lucha por la existencia. ¿Qué se puede hacer en tales circunstancias, y qué lograríamos al llegar a darnos cuenta de lo que he hablado? La respuesta es que esta dificultad de la vida, que experimentamos hoy, no es una dificultad que surge de las circunstancias; proviene de nuestro ser individual. Somos nosotros los que causamos esta dificultad; no es que las circunstancias nos la hayan hecho difícil. No es cierto que el mundo sea pequeño y su población inmensa; el mundo sería lo suficientemente grande como para albergar una población diez veces mayor, si tan sólo el hombre fuera como debe ser, si fuera humano, si sus sentimientos hacia los demás fueran los que deberían ser. No es que en este mundo haya escasez de todo lo que es bueno y bello y de todo lo que necesitamos. La carencia está en nuestros corazones: no queremos que los demás tengan nada. Y es la cultura de la humanidad la que propiciará mejores circunstancias, y no este cambio exterior, del que muchos se ocupan, pensando que a través de este cambio las condiciones del mundo mejorarán.
El hombre experimenta la nobleza de su alma cuando entra en contacto con su ser interior, y experimenta la esclavitud, a pesar de todo lo que pueda poseer en la vida, si no ha entrado en contacto con su ser interior. Pero, alguien puede decir, ¿no puede una persona meditativa explicar con palabras el conocimiento que recibe, para que otros puedan leer tal libro y así adquirir este conocimiento? Pero me gustaría decir que, si un hombre que ha viajado a Venecia diera cuenta de lo que ha visto allí, te entretendría por un momento, pero no te daría la misma alegría que experimentarías viajando tú mismo a Venecia. Lo que una persona meditativa experimenta en su meditación no es una especulación, ni es una clase de concepción o una idea que un hombre pueda recubrir con forma de poesía, que pueda explicar, que pueda expresar. Además, ¿de qué está hecho nuestro lenguaje? Se compone de nombres, que fueron dados a los objetos, a las cosas que son inteligibles para nosotros. No hay palabras que puedan expresar lo que es ininteligible; y la experiencia que está más allá de las palabras no puede ser experimentada con la ayuda de explicaciones. Cuando ni siquiera nuestras experiencias cotidianas, como agradecimiento, simpatía, compasión, devoción pueden explicarse con palabras, entonces un sentimiento como el que se experimenta al entrar en el estado de meditación, al estar en comunión con el propio ser interior, es tan sagrado que de ninguna manera puede explicarse con palabras. Es por eso que, en Oriente, se sigue este camino bajo la guía de quienes ya lo han recorrido.
Traducido por Inam Anda