Hazrat Inayat: Tres Ejercicios, y La Luz de la Verdad
Hay tres cosas que aquellos que siguen la escuela interior utilizan como ejercicios para el logro espiritual. Una es concentración, otra cosa es contemplación y otra cosa es meditación.
La concentración es un ejercicio que entrena la mente para sostener fijamente un cierto objeto, sin vacilar; por el poder de concentración no hay nada en el mundo que no se pueda conseguir. Pero la concentración es un ejercicio muy difícil de llevar a cabo, pues la naturaleza de la mente es tal que cuando la misma mente toma algo – preocupación o problema o inquina hacia alguien, o insulto – lo sostiene sin esfuerzo, pero cuando queremos sostener un objeto en la mente en beneficio de la concentración, la mente actúa como un caballo indómito. Una vez se ha dominado la concentración, hemos dominado la vida en la tierra.
La contemplación no es muy diferente de la concentración. La diferencia es solo que en la concentración la mente sostiene un objeto, y en la contemplación el objeto sostiene a la mente. La concentración por sí misma, cuando es dominada, deviene en contemplación. La persona contemplativa es aquella que fácilmente sostiene en su mente todo lo que piensa. Los místicos contemplan los nombres sagrados que significan los distintos atributos de Dios. Al contemplar atributos divinos el ser humano despierta el mismo atributo dentro de sí; su corazón refleja la luz de ese atributo divino que contempló.
La meditación es algo diferente. Es un entrenamiento de la mente, no en actividad sino en pasividad, entrenamiento de la mente para recibir algo de inspiración, poder o bendición desde adentro. La meditación es más importante y menos difícil. El temperamento místico es un temperamento meditativo. El discípulo receptivo puede beneficiarse mucho del contacto con el maestro. Por tanto la meditación es considerada por los sufis la cosa de la mayor importancia en el logro espiritual.
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Lo que toda persona piensa es un ‘hecho’. Tan pronto como se da cuenta de la Verdad suprema, todos los hechos que aparecían ante ella como Verdad se derrumban. Son como las hojas de un árbol; caen y llegan nuevas hojas.
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La Verdad no tiene lados. La Verdad es una masa de luz, y sobre cualquier parte del conocimiento que cae, la aclara.
Tr. Juan Amin Betancur