Hazrat Inayat : Tratando a los enfermos y heridos
Mientras esto se publica, la pandemia vuelve a aumentar en intensidad en muchas partes del mundo, por lo que parece apropiado mirar algunos consejos ofrecidos por Hazrat Inayat Khan después de la Primera Guerra Mundial, cuando hubo gran sufrimiento entre los soldados mutilados y heridos tanto en el cuerpo como en la mente, y entre las familias que habían perdido a sus seres queridos.
Místicamente, cuando entramos en presencia de un herido o enfermo, debemos pensar que sólo con nuestra presencia sanará mucho más que con todas las medicinas, porque son medicamentos y nosotros somos las almas vivas, los seres superiores. Para este poder de sanación, son necesarias tres cosas. La primera es la confianza. Si pensamos, “Tal vez soy un alma, o tal vez no. Tal vez pueda tener una influencia sanadora, o tal vez no”, entonces no tenemos confianza. No tenemos ningún poder de sanación. La siguiente es la pureza de la vida. Ser puro en todos los aspectos es la mayor fuerza. De la presencia de tal persona se esparce una influencia.
La tercera cosa necesaria es la concentración. Cuando vamos a un herido o a un enfermo, todos nuestros pensamientos deben fijarse en él, en la sanación. Si ocurren pensamientos tales como: “Debo ir a la oficina para tal trabajo”, o “Debo ir al restaurante Holborn para almorzar”, o “Mi tía dijo que escribiría una carta, y no la ha escrito”, entonces no tenemos concentración y no sanaremos al paciente. Debemos desarrollar la voluntad mediante la concentración.
Esta sanación se hace generalmente con los ojos o con las puntas de los dedos. Hay una mejor manera de sanar que ésta, es decir, sanar con su bondad. Pero esto no se puede aprender. Si una persona no es bondadosa, no puede aprender a serlo. Lo único que hay que hacer es practicar la bondad, hacer acciones bondadosas, y así desarrollar la cualidad.
Mirando el mundo, veremos que, además de estos heridos, hay muchos otros heridos. Veremos que el mundo está lleno de heridos, y entre miles de ellos apenas encontraremos una persona sana. Están los heridos por la vida y los heridos del ser. Deberíamos saber cómo tratar a estos heridos también. Hay un verso de un poeta indostaní: “Primero ayuda al pequeño bote a entrar en el puerto, y así tu propio barco llegará a salvo al puerto.” Esto significa, detenerse para ayudar al prójimo en su dificultad, y habrá muchas posibilidades de que tu propio emprendimiento sea exitoso. Pero sólo podemos sanar a otro si olvidamos nuestras propias heridas. Si éstas están siempre ante nuestra vista, no podemos ayudar a otros, y nunca nos sanaremos a nosotros mismos.
Los heridos por la vida son aquellos que han sufrido duros golpes en la lucha por la vida. Todo el mundo tiene algún propósito que cumplir en la vida, algún objetivo por el que se esfuerza. Y en esta búsqueda experimenta la oposición de otros, la dureza de la lucha de la vida. Los heridos del ser son aquellos que son heridos en la lucha con el ser, aquellos que han cedido al hábito de alguna droga o del alcohol, o al hábito de la amargura de la mente. Puede que no quieran tener este hábito, pero su debilidad los mantiene atados a él.
También hay quienes están heridos por las decepciones, los desalientos que han experimentado en la vida, los que han perdido la esperanza. Para sanar este tercer tipo de heridas, lo que se necesita es conocimiento. Y el conocimiento que se necesita es la conciencia de Dios. La mente debe estar enfocada en conjunto. Es la mente la que queremos sanar. Si tengo una herida en mi mano, y siempre soy consciente de que tengo esta herida, nunca se sanará.
Shams Tabriz, un gran sufí, fue llamado una vez para revivir al hijo de un rey que había muerto. Él le dijo primero, “Kun bi ism-i Allah“, es decir, “Levántate en el nombre de Dios”. El príncipe no se levantó. Es una larga historia, pero la cuento en pocas palabras. Entonces él dijo, “Kun bi ism-i“, es decir, “Levántate en mi nombre”. El príncipe se levantó y estaba vivo. Por esto, por orden del rey, le quitaron la piel a Shams Tabriz. Dijeron que “en mi nombre” era la afirmación de ser Dios, y el castigo por ello era que se le quitara la piel. Y él muy gustosamente dejó que se la quitaran.
La primera orden fue “Levántate en el nombre de Dios”. Para alguien que había alcanzado la conciencia de Dios, esta no era una orden adecuada, porque significaba que Dios es un ser separado. La segunda orden fue, “Levántate en mi nombre”. Esta fue una orden correcta, porque una persona que tiene conciencia de Dios sabe que no está separada del poder Divino. Esta historia tiene una gran moraleja: que, no importa qué tan buenos, qué tan piadosos, qué tan virtuosos seamos, a menos que nos demos cuenta de nuestra unificación con el Ser Divino, no podemos tener poder de sanación.
Dios los bendiga.
Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J.