Pide un deseo
Un grupo de amigos hace poco tuvieron una conversación a propósito del siguiente dicho de “La copa del Saki” para el mes de diciembre: “el hombre mismo es el árbol del deseo, y la raíz de ese árbol está en su propio corazón”. Los lectores quizá reconozcan aquí una conexión con el cuento sufi que a veces contaba Hazrat Inayat Khan, de un buscador que se encontró a sí mismo descansando bajo las ramas de un árbol capaz de brindarle frutos y flores y cualquier cosa que le viniera a la mente, hasta que el hombre permitió que la semilla de la duda se alojara allí. Cuando se preguntó si ese fenómeno era solo su imaginación, el árbol se desvaneció como un sueño al amanecer, para nunca más ser visto.
Gastamos nuestra vida en busca del cumplimiento de una esperanza o de otra, pero con frecuencia buscamos fuera de nosotros, buscando tal vez una figura con una varita mágica, o quizás un billete de lotería ganador, sin reconocer que somo nosotros los que tenemos el poder de hacer realidad nuestros sueños. Si no estamos conscientes de esto, solo es por nuestra falta de familiaridad con el arte y la ciencia de desear. Las raíces de un árbol sirven para sujetarlo frente a la tormenta, y lo que deseemos tiene que enfrentar adversidades y pruebas antes de llegar a la realización; si no estamos de todo corazón comprometidos con nuestro deseo, si nos falta paciencia, los vientos en contra podrían tumbarlo. Entonces sufriremos decepción y tal vez nos refugiaremos en la creencia estéril y errónea de que desear algo no tiene sentido.
Para crecer y dar fruto, un árbol debe ser alimentado y regado, y si ha echado raíces en nuestro corazón, es nuestro amor y sacrificio lo que lo sostendrá. Dependiendo de lo que deseemos, si el fruto es lento en madurar, por ejemplo, tendremos también que alimentar el deseo con nuestra sangre y con el agua de nuestras lágrimas. Para cultivar la planta más preciosa, tenemos que dar todo lo que tenemos, pero la cosecha valdrá la pena.
Un jardinero cuidadoso sabe también lo necesario que resulta podar el árbol, pues si se deja desatendido, pronto producirá un crecimiento sin disciplina de ramas entreveradas, con brotes laterales de ramas extendidas en todas las direcciones. La energía reunida en ese crecimiento y el poco sol que le llega al fruto implica que la planta sea pequeña, difícil de cultivar y tal vez vulnerable a pestes y enfermedades. La poda de nuestro propio árbol del deseo tiene que hacerse con sabiduría, escogiendo el anhelo más fuerte, el más central, y removiendo los otros para garantizar el éxito. Si cuidamos del árbol del deseo apropiadamente, puede crecer todo lo alto hasta el cielo, lo que nos conduciría a un cuento relacionado, uno lleno de un misticismo que ha sido universalmente soslayado, el de “Jack y la habichuela”.
Finalmente, en la frase de “La copa del Saki” va implícita nuestra actitud hacia nuestros deseos. Podemos comprender que, si un deseo está verdaderamente arraigado en nuestro corazón, nuestra actitud habría de ser positiva y productiva. Entonces haremos una realidad aquella sentencia del Vadan Talas: “Conviértelas en cosas grandes si deseas hacer cosas pequeñas, y tórnalas en cosas pequeñas, si quieres hacer cosas grandes”.
Traducción por Vadan Juan Camilo Betancur