Más sobre antipatía
La reciente entrega de un texto de Hazrat Inayat Khan sobre simpatía y antipatía produjo algunas reacciones interesantes. Por antipatía, Hazrat Inayat se refiere a lo que podríamos llamar en estos días “sentimientos negativos”, como el odio, el resentimiento, los celos, etc., y afirmó que permitir estos sentimientos es un signo de debilidad. Un lector objetó, diciendo que no deberíamos negar tales sentimientos, sino que más bien deberíamos tratar de entenderlos. Sin embargo, si examinamos un poco más profundamente el tema, en realidad no encontramos aquí una diferencia de intención.
Primero, podríamos comenzar con una breve explicación de cuál es el propósito del camino sufí. El sufismo no es una religión; las religiones se hacen para reunir a una comunidad y dirigirla hacia un ideal divino expresado en una forma más o menos comprensible para esa cultura. El propósito de las religiones es ayudar a la humanidad a avanzar mediante el despertar a la belleza, aunque como todas las formas y estructuras manifiestas, las religiones están sujetas a los efectos de la edad, y a veces de la senilidad. Por otra parte, el sufismo es un camino individual hacia el conocimiento del yo. En una conferencia ofrecida a un público inquisitivo, Hazrat Inayat dijo: “¿Por qué nos unimos a las clases de estudio? ¿Es para la adquisición de poderes espirituales, para inspiraciones, fenómenos o por curiosidad? Todo esto está mal. ¿Es para el logro de algo material o para el éxito mundano? Eso no es deseable. La auto-realización, saber lo que somos; este debe ser nuestro objetivo”.
Si empezamos a estudiarnos, pronto descubriremos que las características visibles no nos hablan acerca de nuestra esencia. Podemos ser alguien que tiene el pelo ondulado, que le gusta Mozart y el color verde, pero eso no es el núcleo de nuestro ser. El sufismo enseña que el mejor camino para el conocimiento de uno mismo es a través del conocimiento de Dios. En el Nirtan encontramos el refrán:
Cuando el hombre llega al conocimiento de Dios a partir del conocimiento de sí mismo, hace a Dios tan pequeño como su pequeño yo; pero cuando llega al conocimiento de sí mismo a través del conocimiento de Dios, se vuelve tan inmenso como Dios.
Por esta razón, Hazrat Inayat resaltó: “Hazrat Ali, el más distinguido de los Sufis del pasado, dijo: ‘Conocerse uno mismo es conocer a Dios’, pero pasó gran parte de su día y la mayor parte de sus noches en oración”.
Por lo tanto, la persona que recorre la senda sufí intenta despertar a un ideal, un ideal divino y perfecto, y en el proceso descubre que la única cortina que oscurece nuestra visión del infinito es nuestro apego a “mí”. Pero la cortina no se puede quitar simplemente reconociéndola, o por medio de un entendimiento conceptual – sólo puede ser apartada haciendo del ideal una realidad siempre presente en nuestro pensamiento, nuestra palabra y nuestra acción.
Y es por esta razón que el sufí se esfuerza por controlar sus sentimientos negativos – no para cumplir algún código moral que dice que esos sentimientos son “malos”, sino porque están atravesados en su camino. Estos lo distraen, – a él o a ella -, de la meta, la suprema meta de entender el yo a la luz del conocimiento de Dios.
Traducido por Juan Amin Betancur