Más sobre la mirada embriagadora
Hace unos días se publicaron algunos versos de un poema de Ibn al-Farid, y podría ser útil decir algo sobre las imágenes y el simbolismo.
Lo central de estos versos es la idea de la embriaguez, que significa un estado de libertad de las preocupaciones del mundo y de la pesada carga del yo. El poeta visita con sus compañeros una taberna, pero nos dice que no es el vino lo que lo ha elevado por encima del mundo, sino el destello de un rostro. Por lo tanto su ojo se convierte en la mano del saki, aquel que sirve las rondas de vino; lo que su ojo le ofrece lo embriaga más que el vino – la cabeza que da vueltas en la ebriedad del amor, y el vaso o la copa de la que bebe es esa misma cara que ve.
Para ser eficaz, la imaginación poética tiene que presentar una experiencia que uno haya tenido – o que uno pueda imaginar – de una manera que ilustre otra capa de significado. Así que, incluso si no nos hemos sentado en una taberna con un grupo de compañeros ni nuestro corazón se haya abierto por una mirada a través de la habitación, podemos imaginar tal evento. Pero si examinamos el poema en un nivel espiritual, puede quedarnos una pregunta. Los sufíes suelen hablar del vino como una metáfora del amor Divino; es el amor el que nos hace olvidarnos a nosotros mismos, y es el amor el que nos eleva por encima del mundo. Si los compañeros del poeta estaban bebiendo ese vino de amor, entonces, ¿qué le pasó a al-Farid? Él se enamoró sin beber vino – así que ¿qué está tratando de decirnos?
A pesar de que es sólo incidental al mensaje poderoso del poema, este punto nos dice algo importante sobre el viaje espiritual: que hay etapas, y que llegar a una etapa de feliz “embriaguez”, por ejemplo, aunque ciertamente sea un avance evolutivo de lo que pudimos haber sido antes, no significa que hemos alcanzado el objetivo final. Sin duda, los compañeros de la taberna sentían amor, pero el poeta tenía una vislumbre de la cara divina de la Belleza, una percepción más fina y más directa de la Realidad.
El buen estudiante nunca asume que ha dominado un tema; siempre hay una etapa más. Esta idea es puesta muy bellamente por Hazrat Inayat Khan en este verso del Vadan, Alankaras:
Mis oídos cerrados al molesto ruido del mundo,
apartados mis ojos de todo lo que por el Camino me llamaba,
mi corazón latiendo al ritmo de mi siempre creciente aspiración,
y mi ardiente alma guiándome en el sendero,
me abrí camino a través del espacio.
Pasé a través del denso bosque del perpetuo deseo,
crucé los presurosos ríos del anhelo.
Atravesé desiertos de silencioso sufrimiento,
escalé las empinadas colinas de continua lucha.
Sintiendo siempre una presencia en el aire, pregunté,
— ¿Estás allí, mi amor?
Y una voz llegó a mis oídos, diciendo,
—No, aún más lejos estoy.
Traducido por Juan Amin Betancur