Nuestra verdadera dirección
Vale la pena examinar la historia del hombre de negocios que le pidió a Sri Ramakrishna que enviara a la diosa Maha Kali a visitarlo, ya que muestra una profunda verdad. En el mundo de los negocios, se considera útil, o incluso esencial, tener contactos – no podemos decir amigos cuando el motivo es la ganancia material – y el hombre que se acercó al yogui estaba tratando de aplicar este método a la vida espiritual. Él conocía a Ramakrishna; Ramakrishna conocía a la Diosa; ¿por qué no arreglar una visita? Si una diosa pasa a tomar el té, ¡podría haber muchas oportunidades rentables en tal encuentro!
Pero esta lógica ignora la devoción de toda la vida del maestro que había abierto la puerta a lo divino. En la tradición yogui, se le llama “tapasiya” a la devoción intensa, una palabra que también significa fuego, y por medio de esta devoción y austeridad, el buscador es purificado, o como decimos en la oración, elevado “por encima de la densidad de la tierra”. En otras palabras, ser el amigo del amigo no nos da ningún mérito (¡como sabemos por la historia de Nasruddin y la sopa!).
Poner un ideal en primer lugar en nuestra vida significa inevitablemente relegar otros asuntos a posiciones inferiores, particularmente cosas como una preocupación egocéntrica por nuestra comodidad, o nuestra necesidad de autoexhibición. Con respecto a esto, podemos recordar las enseñanzas de Jesús: que la madera que no da buen fruto solo sirve para quemar, y el egoísmo no aporta nada comestible. Mediante esta tapasiya o purificación, descartamos las ilusiones y finalmente llegamos a comprender quiénes somos realmente. Como lo explica Hazrat Inayat Khan, hay dos “egos”; uno es el falso ego que piensa que el sol brilla para nosotros y todo es hecho para nuestra conveniencia, y el otro es el Ego real, el Ser de la Verdad, que tiene todo en su Corazón y resplandece con luz tanto de día como de noche.
Cuando conocemos ese Yo, entonces conocemos nuestra verdadera “dirección”, pero si alguien nos pide que lo escribamos en una hoja de papel, solo podemos reírnos.
Traducido por Yaqín, Rodrigo Esteban Anda