Recordar para olvidar
Hace poco, un grupo de amigos pasó un tiempo juntos, tratando de sintonizarse con las finas vibraciones del camino sufi, guardando silencio durante parte del día, además de oraciones, meditaciones y otras prácticas. Desde entonces, varios han dicho que ahora sienten un aprecio mucho más profundo por el silencio, y podríamos preguntarnos cuál es el poder de esta práctica, y por qué no la invocamos más a menudo.
Hazrat Inayat Khan describe el mundo mental como un palacio de espejos, una serie de reflejos interminables, ya que un pensamiento da lugar a otro y a otro, y a otro más. Es más, como el ser humano es un espejo viviente y, por tanto, creativo, los reflejos se multiplican espontáneamente: si algo despierta el recuerdo de un árbol, por ejemplo, en sólo unos segundos podemos pasar por una serie de imágenes: el tronco, las hojas, las flores, el fruto, la forma general, nuestro amigo sentado en una rama, una manta extendida a la sombra, un pájaro volando, etc., con cada imagen despertando potencialmente otras imágenes. Es comprensible que, cuando este palacio de espejos vivientes está lleno de impresiones del mundo que gira tan rápido como lo hace, nuestra mente se vuelva fácilmente muy ruidosa. Normalmente, soportamos este ruido mientras nos esforzamos por cumplir diversas tareas y deberes que a menudo no están relacionados con lo que se está reproduciendo en el reino de los espejos.
Estar en silencio, pues, es un gran alivio, pero mantener el silencio durante algún tiempo requiere disciplina y un cambio de hábito, por el cual podríamos entender, un cambio de deseo. Por incómodo que resulte, a menudo nos identificamos con el ruido e inconscientemente lo mantenemos vivo. Si reconociéramos que el ruido es sólo transitorio, mientras que nuestra verdadera naturaleza se esconde en el silencio, nos llevaría a un cambio profundo. Para llegar a este estado, debemos olvidar el ruido y aprender a apreciar y escuchar el silencio.
Cuando hablaba de la reflexividad de la mente, Hazrat Inayat Khan dijo que el alma es como una oruga en el sentido de que la oruga vive rodeada de color y belleza, a menudo adoptando los tonos de su entorno, y luego muestra toda la belleza que ha absorbido cuando emerge como mariposa. En su metáfora, la oruga “escucha” la belleza de las hojas y las flores. Lo contrasta con el mosquito: “¿Por qué el mosquito no se convierte en mariposa, si a veces habita entre plantas y flores hermosas? Porque al mosquito no le interesa escuchar, sino hablar. No aprende; enseña. Por eso sigue siendo lo que es”. Como todos hemos oído a los mosquitos “hablar” al oído por la noche, es fácil seguir este pensamiento.
Si nos sentimos atraídos por el silencio, significa que no queremos seguir siendo lo que somos, como el mosquito, sino que queremos descubrir algo más vasto y conmovedor. La superficie del mar es turbulenta, pero bajo las olas hay silencio; el buscador no necesita crearlo, sólo descubrirlo. Por eso, una de las principales devociones de los sufis es el Zikar (que significa recuerdo). La práctica implica la repetición de palabras sagradas, pero el verdadero Zikar se descubre cuando la práctica concluye y el buscador, olvidando la agitación de la vida cotidiana, recuerda el Silencio. Ahí está el alivio que tanto hemos anhelado, como se explica en la frase del Gayan Boulas: “El habla es el signo de la vida, pero el silencio es la vida misma”.
Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J.