La belleza visible e invisible
El mes pasado, luego de las celebraciones del Visalat, un grupo de mureeds se reunieron en la Dargah de Hazrat Inayat Khan para un retiro. Durante ocho días, oramos, meditamos, estudiamos las enseñanzas sufís, nos ejercitamos en varias disciplinas, y forjamos como herreros el testarudo material de nuestras personalidades. Luego de concluir el retiro, la mayoría del grupo fue a viajar por la India, pues hay mucho que apreciar y aprender en esta vasta tierra.
Inevitablemente, un tour como éste debe incluir una visita al Taj Mahal en Agra, la tumba real construida en mármol blanco por el emperador Shah Jahan para su esposa favorita, Mumtaz Mahal. Algunos lo consideran el más hermoso edificio del mundo. Algo como 20.000 artesanos trabajaron durante 11 años para completar la construcción principal. La emblemática cúpula que se refleja en los estanques de los amplios y pacíficos jardines, la intricada delicadeza del mármol tallado, incluso la amplia vista sobre el río Yamuna, contribuyen a una asombrosa sensación de armonía.
En vívido contraste, podríamos pensar en las tumbas de la mayoría de los santos sufís. Por ejemplo, uno se acerca a la Dargah de Hazrat Nizaumuddin Auliya a través de un poblado urbano pobre, ruidoso y congestionado, a veces abriéndose paso entre desechos tirados y mendigos con diversas dolencias y deformidades. O si uno visita la Dargah de Qutubuddin Bhaktiyar Kaki, en el sur de Delhi, llega después de una larga caminata junto a una alcantarilla abierta.
La diferencia entre las tumbas de reyes y reinas mundanos y aquellas de la “realeza” espiritual puede ser muy ilustrativa para el estudiante reflexivo. Es verdad que en el Taj Mahal hay inspiración y armonía, pero los pobres, los enfermos y los desconsolados no van allá por consuelo. Una dargah no es un lugar de grandeza mundana, pero muchas personas sienten una majestuosidad invisible que nunca podría ser expresada con piedras de constructor. Lo que es más, hay una fuerte tradición entre los sufís que la realeza (hoy podríamos decir “gobierno”) y la espiritualidad no se mezclan; Hazrat Nizaumuddin se negó a reunirse con reyes, y cuando un gobernante declaró su intención de visitar al santo a pesar de sus deseos, el sufí comentó que su habitación tenía dos puertas, lo que implicaba que si el rey entraba por una puerta, él saldría por la otra.
Quizás es por eso que a menudo hay algo repelente en el entorno de una Dargah. Podría vérselo como un recordatorio de que el mundo es sólo polvo en comparación con la belleza del espíritu, y el buscador sincero debe estar dispuesto a hacer algún sacrificio para acercarse a esa belleza, o incluso podría servir como un velo protector, para alejar al visitante que no es capaz de vislumbrar el brillo de la Verdad encubierta por el barro. Como dice en el Gayan:
Toda belleza es velada por la naturaleza
y mientras mayor la belleza, más cubierta está.
Traducido por Inam Rodrigo Anda