Septiembre 13, 1910
Hay siempre algo de agitación alrededor de un viaje, y cuando éste consiste en un largo trayecto por el océano hacia un futuro desconocido al otro lado del mundo, el espíritu se removerá mucho más. Podemos imaginar a Inayat y sus hermanos Maheboob y Ali Khan arribando al muelle en Bombay, tal vez después de luchar a través de calles repletas de gente alrededor del puerto, cargados de equipaje e instrumentos musicales, primero mostrando sus papeles y luego ascendiendo la escalerilla y buscando la cabina que sería su refugio mientras comenzaban su largo trayecto a través del Océano Indico, el Mediterráneo y el Atlántico hasta Nueva York.
Inayat siempre había sentido un llamado a visitar occidente, pero sus lazos familiares lo habían retenido. Cuando sus padres ya no estaban – pues su madre había fallecido en 1902, y Rahmat Khan había partido antes en 1910 – y cuando llegó una invitación a dictar algunas conferencias en la Universidad de Columbia, aprovechó la oportunidad. Su entusiasmo fue tan grande que dejó a su hermano menor Musharaff, por entonces de quince años, al cuidado de una casera mientras se apresuró a regresar a Baroda para arreglar el viaje. Pero, aunque él y sus hermanos iban en calidad de músicos, pues hacían parte de la crema y nata del talento musical en la India, Inayat supo, o sintió, que había alguna misión mucho más grande abriéndose ante él, y durante sus días en el mar su mente se movió entre la confianza en la Divinidad y una profunda reflexión acerca de lo que le sería demandado.
Este fue el comienzo, por supuesto, de los dieciséis años que Inayat pasó en occidente inspirando, guiando, hablando, enseñando y viajando casi constantemente. Fue un marido amoroso de su Begum*, y un solicito padre de sus cuatro hijos, pero fue también el Murshid de muchos y el portador del Mensaje al mundo.
Su trabajo demandaba infinitos sacrificios, pero él se entregó de buena gana, sin buscar recompensa en este mundo ni en el siguiente, pero, como esta anécdota lo aclara, obrando solamente por el bien del trabajo.
Hoy debería ser un día de gratitud para todo aquel que haya sido tocado por el trabajo de Hazrat Inayat Khan, un día para considerar qué tesoro tenemos en nuestras corazones debido a su amorosa paciencia y devoción, y para tratar de hacer realidad estas palabras entregadas a algunos estudiantes:
Mantengan ardiendo el fuego que he encendido.
Puede parecerles muy pequeño, pero una pequeña llama,
si se mantiene ardiendo, puede ser la forma de iluminar una ciudad entera, y algún día muchas lámparas
que serán encendidas con este pequeño fuego darán luz a miles.
Este fuego de la verdad está ahora encendido,
y su luz jamás se extinguirá.
Su trabajo es atenderlo y mantenerlo ardiendo.
El combustible es cada uno de sus pensamientos,
su fe, sus oraciones, y sus sacrificios.
No podrán ver el resultado de esto.
La luz nunca se puede perder.
He encendido este pequeño fuego
del cual miles de lámparas pueden ser encendidas.
Su número no puede ser estimado y millones y millones de otros fuegos pueden ahora ser encendidos.
Cuando todos hayan sido encendidos el fuego original se extinguirá,
y el lugar del mismo no se conocerá más.
En verdad la forma muere, y el espíritu vive por siempre.
Que Dios los bendiga.
*Begum, literalmente ‘reina o princesa’ es un término de dignidad para una esposa.
Traducción al español: Hafiz Juan Manuel Angel