Servir, ser y no ser
En el Vadan se encuentra el siguiente dicho: “La mejor manera de amar es servir”. Esto es fácilmente comprensible en el contexto humano, porque los padres sirven las necesidades del infante por el amor que sienten, y de manera similar, puede ocurrir que una pareja se cuide entre sí y que los hijos cuiden a sus ancianos padres por amor. De la misma manera, una persona puede sentir una fuerte conexión con su religión, su profesión, su nación, su arte o con algún otro grupo o ideal y servirle fielmente durante toda la vida. En todos estos casos, ‘servicio’ significa ‘atender a las necesidades de’ – desde la simple oferta de comida y bebida y ropa hasta la donación voluntaria de tiempo y esfuerzo, o incluso la vida misma, en cualquier tarea que se requiera para hacer que el objeto de nuestro amor prospere y se sienta feliz.
Pero, ¿qué puede significar cuando decimos, “servir a Dios”? Según la historia, relatada por Hazrat Inayat Khan aquí, cuando Moisés escuchó al pastor hablarle a Dios ofreciéndole que podía cepillar Su cabello, darle sombra fresca y suero de leche para beber, se sintió obligado a señalarle al pastor que el omnipotente y omnipresente Dios, Creador del Universo, no necesitaba su choza de paja ni su sencilla hospitalidad. Por supuesto, en la historia, Moisés es rápidamente reprendido por la Divina Presencia por alejar al devoto de Él. Esto nos sugiere que cada uno tiene su propia forma de adoración, pero hay otra capa de significado en la historia y es que nuestra forma de adoración puede evolucionar a medida que evolucionamos nosotros mismos. Aunque evidentemente no está más allá del error, el Moisés de la historia ciertamente tiene un horizonte más grande que el humilde pastor. Y si consideramos que, desde un punto de vista místico, un horizonte más amplio significa el reconocimiento creciente de que somos mucho menos de lo que pensábamos que éramos; que somos, por así decirlo, menos que polvo ante el Sol, entonces, ¿de qué manera es posible que podamos esperar servir a Dios?
La reflexión del maestro jasídico en ‘Fuego interior, quietud exterior’, publicado aquí, nos da una pista. Cuando uno ha alcanzado el verdadero estado de afinación con la Divina Presencia, uno puede estar tan quieto para el exterior que cualquiera que lo vea en oración en ese momento ‘quizás nunca adivine la profundidad de su servicio interior’. En este caso, servicio no es ‘dar’ o ‘hacer’ sino ‘ser’ – simplemente estar presente. Y para quien ha quemado los harapos del “yo” en la hoguera del amor, es el mayor privilegio servir de esta manera, porque significa olvidar la propia presencia en la presencia del Amado.
Traducido por Juan Amin Betancur
Sencillamente, hermoso