Pastores y Ángeles
Nos acercamos a la celebración cristiana de la natividad de Jesús, y como sucede todos los años las historias familiares vuelven a contarse. Además del acontecimiento central del nacimiento en sí mismo, tenemos la interesante historia de los ángeles que anuncian las buenas nuevas a los pastores que cuidan sus rebaños. Los pastores son las gentes más humildes, los evangelios no se molestan en registrar sus nombres, ni siquiera para decir cuántos eran. Son pobres, humildes, insignificantes socialmente, y puesto que cuidan animales, son muy cercanos a la tierra. Sin embargo se les concede una visión celestial de legiones de ángeles que proclaman el mensaje de Dios: Paz en el mundo y buena voluntad para toda la humanidad. Es de presumir que no sea por su mérito sino probablemente porque sucedió que estaban cerca del lugar en el momento sagrado; porque, podríamos decir, comparten la humildad del lugar del nacimiento del Cristo niño.
Cuando reflexionamos en esta historia de los pastores que ven abrirse los cielos por encima de ellos, podemos también recordar el comienzo de la oración Saum. Las primeras líneas de la oración son sencillamente el ser humano que se dirige a Dios, alabando a la Divina presencia y nombrando ciertas cualidades (“Omnipotente, Omnipresente, el que todo lo compenetra…”). Después de estas líneas de invocación por las cuales firmemente nos orientamos, ¿cuál es nuestro primero y verdadero pedido en la oración? “Llévanos en tus paternales brazos, elévanos desde la densidad de la tierra”. Estas palabras nos recuerdan que por humildes que sean nuestras circunstancias, por enredados que estemos en los arbustos espinosos del ego, somos de noble origen y este mundo de limitaciones no es nuestro hogar. Vivimos aquí por un tiempo, somos privilegiados al tener un papel en este escenario por unos momentos, y – ¡es de esperar!- que aprendamos lecciones que los ángeles, puros y desencarnados, son incapaces de vencer; pero nunca encontraremos la verdadera felicidad aquí en el exilio, ni estamos destinados a quedarnos aquí por siempre.
Entonces, en la oscuridad; en la oscuridad de la noche y en la oscuridad de nuestra misma ignorancia, abramos nuestros corazones hacia los cielos y recordemos la luz y pureza de donde hemos brotado.
Traducido por Juan Amin Betancur