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Luchando con las sombras
Al final de su sesión de preguntas y respuestas sobre el tema de la armonía alguien le preguntó a Hazrat Inaya Khan que se puede hacer con el avance de los ejércitos de alemanes y bolcheviques. Este enunciado, por supuesto, refleja el punto de vista del interlocutor sobre un determinado momento de la historia, pero en todo momento, en todo lugar, siempre habrá alguna amenaza apareciendo en el horizonte que nos ponga inquietos. La respuesta del maestro, que le gustaría que sea proclamada con trompetas en todo el mundo, es que, “Pelear con otro es guerra y luchar con uno mismo es paz”. Puesto que todo el mundo desea la paz, podríamos preguntarnos, ¿por qué no seguimos este sabio consejo?
Una posible explicación es que estas palabras no son fáciles de comprender. Si peleo con mi vecino, por ejemplo, cuando consigo capturar todas sus vacas, cabras y pollos, y también tomo sus cosechas, entonces gané. Si peleo conmigo mismo, no hay una imagen clara para que la persona promedio lo comprenda. Suena más como aquel famoso koan zen acerca del sonido de una sola mano aplaudiendo. Una pelea, pensamos, debe tener dos partes, un ganador y un perdedor, pero si peleo conmigo mismo, entonces ¿quién puede ser proclamado ganador y quien perdedor? Y, si no hay ganador, ¿entonces la pelea continúa por siempre?
Otra posible razón por la que no asumimos esta batalla con todo nuestro corazón es que suena incómodo, por decir lo menos. Si comparamos el pensamiento de luchar consigo mismo con los innumerables mensajes sociales, repetidos sin descanso, sobre amarnos a nosotros mismos, entonces las redes sociales siempre ganarán el certamen de popularidad. ¿Se nos pide seriamente que nos atormentemos a nosotros mismos eternamente, para alcanzar algo llamado paz? Eso no suena muy pacífico.
Aunque si nos estudiamos cuidadosamente, siempre concluiremos que la verdadera agitación no está fuera de nosotros, sino adentro. Una persona puede tener todas las comodidades materiales imaginables, pero si carece de armonía interior, no sentirá paz. Por el contrario, para una persona que ha encontrado la quietud interior, las tormentas externas del mundo significarán muy poco.
Y aquellos que se oponen a la violencia de cualquier tipo pueden estar seguros: en la lucha con uno mismo, no hay derramamiento de sangre, porque uno está, de verdad, peleando solo con una sombra, con una ilusión que nos mantiene pequeños. Una vez que reconocemos que la separación, la dualidad, en la que el ego construyó su reino, es solo un sueño, despertamos en un océano infinito de paz al que pertenecemos, y que nos pertenece. Como dice en el Gayan Boulas,
Cuando el hombre toca la última verdad,
descubre que no existe nada que no esté en él.
Traducido por Inam Anda