Cuentos: Comprando rectitud
En China hay un cuento acerca de un hombre llamado Feng, que no tenía trabajo ni posibilidades, y así fue al palacio del duque Mengchang. Él tenía un amigo que trabajaba allí y esperaba usar la conexión para tener también un empleo.
El amigo le habló al duque de Feng, y éste le preguntó, “¿para qué es bueno?”
El amigo respondió sinceramente, “él no es particularmente bueno en nada”
“Pero ¿tiene alguna habilidad?”, insistió el duque.
“Ninguna que yo conozca”, dijo el amigo.
El duque estaba entretenido y dijo, “bueno, dale comida y un lugar donde dormir. Quizás algún día sea útil para algo”.
Un tiempo después, el duque decidió cobrar las deudas de vieja data de un pequeño pueblo muy lejano, al borde de su dominio. Era una región pobre, de difícil acceso, y los responsables habían descuidado la zona durante algunos años. “Pero los aldeanos me deben dinero”, pensó el duque. “Es hora de cobrarlo”.
El duque hizo consultas en el palacio para saber si alguien podría realizar el viaje y cobrar lo adeudado y el único voluntario fue Feng.
“Muy bien”, dijo el duque, “aquí están los documentos que detallan sus deudas. Lleva unos guardias contigo y recolecta lo que deben”.
“Como usted diga, su señoría”, respondió Feng, “y con el dinero que recoja en su nombre, ¿qué debo comprar para su excelencia?”
El duque vaciló. No pudo pensar de inmediato lo que podría querer de esa lejana región, y entonces dijo, “mira alrededor del palacio para ver lo que necesito y no tengo, y compra eso”.
En consecuencia, Feng hizo preparativos para viajar, miró cuidadosamente alrededor del palacio, y luego partió.
Cuando llegó al pequeño pueblo, la gente allí estaba consternada. Tenían muy poco y ahora los obligaban a exprimir y raspar para pagar las demandas del duque. Feng pudo recaudar algunas de las deudas, pero no todas, y vio lo angustiada e infeliz que estaba la gente. Por lo tanto, cuando terminó de revisar las cuentas, habló con los aldeanos reunidos, diciendo, “y ahora, estoy autorizado por el duque a devolverles su dinero”.
Asombrados, los aldeanos recibieron de vuelta el dinero que recién habían pagado. Para su mayor asombro, Feng hizo una pila con los papeles de deuda y les prendió fuego, diciendo, “¡por orden del duque!”
Cuando las personas vieron sus deudas desvanecerse en el humo, aplaudieron y corearon alabanzas al duque.
Feng regresó al palacio y el duque le pregunto, “¿Pudiste cobrar el dinero?”, “algo”, respondió Feng, “pero no todo”. “¿Y qué me compraste con el dinero?” preguntó el duque.
“Su señoría”, dijo Feng, “me ordenaste que mirara alrededor del palacio y comprara lo que necesitabas. Aquí tienes abundantes tesoros, muchos caballos fuertes y todo lujo. La única cosa que realmente necesitas es “comportamiento éticamente correcto”. Así que gasté tu dinero en eso.
“¿Qué?”, dijo el duque, “¿qué quieres decir con eso?”
“Las personas de la aldea son pobres”, dijo Feng, “pero en lugar de tratarlos como un padre trataría a sus hijos, tú querías sacar dinero de ellos”. Entonces Feng le explicó lo que había hecho y dijo, “usé tu dinero para comprar justicia”.
El duque no estaba muy contento con esto, pero dejó de lado el tema. Sin embargo, más tarde, se dio cuenta de la sabiduría de Feng. Cuando las luchas de poder de repente hicieron que su posición fuera muy precaria, el duque tuvo que reunir a su familia y huir. Por consejo de Feng, fue a la misma pequeña y lejana aldea, y allí fue recibido con alegría, como un padre que regresa a casa, a su familia.
“Ahora”, pensó el duque, mientras pasaba delante los aldeanos que lo alentaban, “gracias a Feng he aprendido algo acerca de la rectitud”.
Traducido por Inam Anda