Cuentos: Dios provee
Cuentan que en la India un cierto rey tenía la costumbre de dar limosna cada día a dos mendigos que se acercaban a su palacio. Cuando lo hacía, el mayor de los dos decía con devoción: “¡Dios provee!”, mientras que el mendigo más joven respondía siempre: “¡El rey provee!”.
Al cabo de un tiempo, el rey empezó a sentirse insatisfecho con el mendigo mayor. “El mendigo más joven tiene razón”, pensó el rey. “Soy yo quien provee. Voy a enseñar a este mendigo mayor a hablar más correctamente”.
Al día siguiente, el rey les dio su limosna habitual y luego les indicó que recorrieran un camino poco transitado cerca del palacio, diciéndoles que el que proveía deseaba concederles un regalo especial. Se aseguró de que el mendigo más joven, que siempre decía que el rey proveía, fuera el primero, pues el rey había dejado una bolsa de oro tirada en el camino.
Los dos mendigos caminaron por el tranquilo camino, preguntándose por qué los habían enviado por allí, pero era muy agradable y tranquilo, y mientras avanzaban el que iba delante incluso cerró los ojos, apreciando el aire puro y la quietud. Como resultado, fue el que iba detrás el que vio la bolsa, y cuando la cogió y vio lo que contenía, dijo: “¡Dios provee!”.
Al día siguiente, el rey les preguntó por su paseo por el camino, y el mendigo más joven dijo que el rey no le había proporcionado nada durante el paseo, ¡pero el mayor dijo que Dios le había proporcionado una bolsa de oro! El rey se sintió decepcionado por el fracaso de su plan. “Pero no seré derrotado”, pensó. “Quiero que ese viejo mendigo sepa que soy yo su benefactor”.
A la mañana siguiente, el rey le dio una cebolla al mendigo mayor, y al mendigo más joven le dio una calabaza en la que había escondido en secreto muchas monedas de plata. Al salir del palacio, el mendigo se encontró con un vendedor de verduras, al que vendió alegremente la calabaza por unos céntimos.
Cuando más tarde el rey le preguntó por la calabaza, el mendigo le dijo que la había vendido y que, de ese modo, el rey le había proporcionado unos peniques. “El rey provee”, declaró. Pero el otro mendigo dijo que el verdulero no había podido vender la calabaza, y al final del día se la había dado – y cuando la abrió, encontró un tesoro de plata. “Verdaderamente, Dios provee”, dijo con devoción.
Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J.