Cuentos: Compartir los frutos
Érase una vez un hombre que había adoptado un modo de vida de lo más deplorable. Con mujer e hijos y padres ancianos que mantener, se había convertido en ladrón, y merodeaba por la remota región de la selva donde vivían, cayendo violentamente sobre cualquier viajero que se cruzara en su camino. A los que podían dar algo de valor al ladrón se les permitía seguir su camino, pero si un viajero se resistía o no tenía nada que ofrecer, el ladrón mataba al pobre desgraciado y dejaba el cuerpo donde había caído, como advertencia para los demás.
Un día, el ladrón descubrió a un sabio solitario que atravesaba el bosque y se abalanzó sobre él blandiendo un gran cuchillo. “Entrega tus riquezas o prepárate a morir”, le gritó el ladrón.
El sabio se detuvo y abrió los brazos de par en par, mostrando que sólo llevaba un paño y un bastón. “Mi riqueza”, dijo, “es que no tengo nada excepto comprensión. Lo compartiré contigo, pero dudo que tengas la fuerza para llevarlo”.
“¿Qué quieres decir?”, gruñó el ladrón. “¡Yo soy fuerte! Puedo soportar cualquier cosa que tu flaco cuerpo pueda cargar. ¿Qué es lo que comprendes?”.
El sabio respondió: “Comprendo tres cosas. La primera cosa que entiendo es que has robado a mucha gente, y a menudo has matado, todo para mantener a tu familia”.
“Sí”, dijo el ladrón con orgullo, “tienes razón. Así mantengo a mis padres, a mi mujer y a mis hijos. Y ellos saben muy bien cómo me gano la vida. ¿Qué es lo segundo que entiendes?”.
“La segunda cosa que comprendo”, dijo el sabio, “es que por toda la crueldad que has demostrado, ten la certeza que enfrentarás las llamas del infierno cuando mueras”.
“Hace mucho tiempo que perdí la esperanza de mi alma”, dijo el ladrón sombríamente. “¿Qué es lo tercero que entiendes? Si no tiene más valor que las dos primeras, te quitaré la vida por hacerme perder el tiempo”.
“Para recibir la tercera cosa que entiendo, primero debes llevarme a tu casa. Es necesario conocer a tu familia”.
El ladrón se mostró reacio a llevar a un extraño a su casa, pero pensando que sería fácil matar después al sabio y evitar así que revelara su ubicación, finalmente accedió.
Cuando llegaron a la cabaña del ladrón, y la familia se reunió a su alrededor, el sabio le dijo al ladrón: “esto es lo tercero que entiendo. Tú robas y matas, y tu familia vive del fruto de tus acciones. Pero ninguno de ellos estará dispuesto a acompañarte al fuego eterno del infierno y arder contigo cuando mueras. Si dudas de esto, pregúntales simplemente: ‘¿te arrojarías al fuego conmigo?”.
Sobresaltado, el ladrón preguntó ahora a su familia, uno por uno, si aceptaban ir al infierno con él, pero todos ellos, esposa, padres y todos y cada uno de los hijos, se negaron por completo. Al ver que, aunque aceptaban las ganancias de su maldad, no querían compartir su carga, al ladrón se le saltaron las lágrimas y arrojó el cuchillo lejos en el bosque.
“¿No te advertí que se necesita fuerza para soportar lo que yo entiendo?”, dijo el sabio. Y a partir de aquel día, el ladrón renunció a su mal comportamiento y trató de cambiar su vida bajo la guía del sabio.
Traducción por Yaqín Anda