Cuentos: Los que cargan sacos
Dos estudiantes fueron a la kanka de su Murshid y lo saludaron con reverencia. El Murshid les dio una cálida bienvenida y les pregunto sobre sus vidas ya que había pasado algún tiempo desde que los había visto.
“Murshid”, respondieron, “encontramos que la vida en el mundo es muy desalentadora. Todos los que conocemos parecen estar dormidos. Nada parece despertarlos. Son negligentes con los dones de Dios, y vagan como almas perdidas, haciéndose daño y haciendo daño a los demás. Su ignorancia parece ser intencional – no entendemos por qué ellos no ven las virtudes de la vida espiritual”.
El Murshid pensó por un momento y luego dijo, “Aquí hay una historia que se ha contado. Hay, en algún país, un lugar donde a las personas les gusta mucho la bebida. Cada noche beben un jarro tras otro de vino, y cuando están completamente intoxicados, se tambalean de un lado a otro, sin tener ni idea donde están. En la mañana se los puede ver tirados por donde quiera – en medio de la calle, en una zanja fangosa, en un montón de basura, en todas partes, completamente inconscientes.
Pero también hay algunos seres que tienen compasión de estos borrachos. En la mañana, ellos van a recogerlos y llevarlos a sus casas. Su método es que tienen un gran saco y ponen los pies de la persona intoxicada en ese saco, de manera que pueden cargarlo en sus hombros.
Una mañana sucedió que uno de tales borrachos, siendo llevado a casa de esta manera, se despertó un poco de su profundo sueño, alzó su cabeza, y comenzó a mirar a su alrededor. Mirando fijamente con sus ojos rojos, vio cerca a uno de sus compañeros de bebida, todavía dormido, siendo cargado de la misma manera.
“Deberías estar avergonzado”, dijo el que estaba despertando. “Si entendieras la moderación, como yo, habrías tomado una copa menos de vino, y todavía serías capaz de caminar – ¡como yo!”
Cuando el Murshid terminó de contar la historia, los dos estudiantes se miraron avergonzados. “Entendemos”, dijo uno, un buen estudiante que tenía un corazón de plata. “Perdónanos, Murshid, no tenemos derecho a criticar a nadie. Trataremos de mejorar”.
Pero el otro estudiante tenía un corazón de oro. “Murshid”, dijo de corazón, “¿cómo podemos estar en comunión con aquellos que cargan los sacos?”.
Traducido por Inam Anda