Cuentos: El peligro del orgullo
Hubo una vez, mucho tiempo atrás, una rana con un ardiente deseo de cantar. Las otras ranas pensaban que era rara por tener este deseo, pero cuanto más ella escuchaba al mundo alrededor, más intenso se hacía su anhelo. Entonces, la rana fue donde el cuclillo, cuya melodiosa voz era conocida por todo el bosque, y le rogó que la aceptara como estudiante.
“Mi alma anhela ser liberada con el canto”, dijo la rana. “Si me aceptar, dedicaré cada momento a tu enseñanza”.
Esto sorprendió al cuclillo, pero también encendió su orgullo. Su reputación como fino cantante sería aún más grande si podía sacar melodía de la garganta de este anfibio que croa. “Muy bien”, dijo el cuclillo, “te acepto”.
Comenzaron de inmediato, el cuclillo cantando las notas de la escala y la rana repitiendo con desentonados croares.
“La – la – la…”
“Croac – croac – croac”.
Continuaron todo el día, y el siguiente, y el siguiente después de ese. El ave cantaba las notas y entonces la rana trataba de responder, pero siempre con los mismos ruidos roncos. No era fácil para el ave tener todo el día sus oídos llenos con el áspero croar de la rana, pero su orgullo no le permitía detenerse.
Después de algunos meses, el cuclillo pensó: “tal vez hay algún progreso. Ahora bien, si hago que la rana dé un recital, la presión le hará avanzar aún más”. Entonces invitó a todas las aves de la floresta a venir y escuchar a su estudiante.
Cuando todas las aves estaban reunidas, el cuclillo se posó sobre la rana, hinchó su pecho con importancia y empezó a cantar las notas que su estudiante habría de seguir. Pero en lugar de su melodiosa voz, todo lo que salió fueron ¡ruidos roncos! Había estado escuchando por tanto tiempo a la rana que había perdido por completo su propia música.
Todas las aves se rieron del cuclillo que con su orgullo destrozado voló lejos dentro del bosque. Nunca más podría cantar, solo croar, y con la vergüenza sus plumas se volvieron completamente negras. Este fue el comienzo de la familia de los cuervos.
Traducción de Vadan Juan Camilo Betancur Gómez