Cuentos : El toque del rey
En cierta ocasión, un campesino fue al campo con su burro a recoger leña para venderla en el mercado. Durante todo el día recogió zarzas y otros arbustos y cargó a su burro al máximo. Cuando regresaba a casa, el burro se puso testarudo y, mientras el hombre se esforzaba por tirar del animal, éste tropezó y toda la carga de ramas cayó al camino.
Mientras el hombre contemplaba desconsolado la maleza que tendría que volver a cargar en el animal, que no cooperaba, un hombre a caballo se acercó por casualidad. La maleza bloqueaba por completo el camino, así que el jinete se detuvo y dijo: “Veo que necesita ayuda”.
El campesino asintió cabizbajo, pero entonces vio con sorpresa que el jinete desmontaba, y en poco tiempo habían recogido juntos toda la maleza y la habían atado de nuevo al lomo del asno. Una vez hecho el último nudo, el campesino dio una palmada en el hombro a su desconocido ayudante y le dijo: “Gracias, amigo. Cuando venda esto en el mercado, podré ofrecerte una taza de té”.
En ese momento aparecieron otros dos jinetes y, al verlos, uno gritó: “¡Su majestad! Os hemos perdido en la cacería”. El otro jinete añadió: “¡Gracias a Dios que nuestro rey está a salvo!”.
El campesino miró boquiabierto al hombre que tenía a su lado y, al darse cuenta de su error y recordar su calamitosa informalidad, cayó a los pies del rey asustado. “Perdonadme, majestad”, suplicó, “perdonadme”.
“Levántate”, dijo el rey. “¿Quieres vender tu leña? Di tu precio”.
El campesino se puso en pie y, tras una pausa, con la mirada baja, dijo en voz baja, pero con firmeza: “El precio serían diez monedas de oro.”
“¡¿Qué?!”, dijo uno de los jinetes. “¡Qué vergüenza! ¡Estas zarzas no valen más que dos peniques en el mercado! Semejante insolencia merece una paliza”.
“Si fueran zarzas ordinarias, tendría usted razón, señor”, dijo el campesino. “Pero no son ordinarias. Son zarzas que han sido tocadas por el rey”.
Traducido por Inam Anda