La Mejor Actitud para la Oración
Era una discusión muy interesante entre estudiantes del camino que se están esforzando en afinarse para ser servidores idóneos del Culto Universal, y la charla giraba en torno a un texto de Hazrat Inayat Khan sobre el uso de la oración. Por supuesto, la palabra “uso” podría sugerir que nos acercamos a la oración con el objetivo de obtener algo, pero como es bien sabido, el verdadero “uso” es deshacernos de algo, concretamente despojarnos de nuestro torpe, engorroso y constantemente exigente ego.
Hazrat Inayat Khan explica que la oración es, en realidad, una conversación entre nuestro yo exterior y limitado y el lugar más íntimo donde somos uno con el infinito. Ese punto -no una ubicación física, por supuesto- es central y sagrado, y está más allá de todas las palabras y nombres, aunque podríamos llamarlo Dios, o quizás “Verdad”. Como una conversación así se sale un poco de nuestras formas habituales de comunicación, requiere un esfuerzo para reorientarnos, y en esa conexión alguien del grupo reflexionó: “¿Cuál sería la actitud correcta para rezar?”.
Una actitud que podemos descartar rápidamente es el miedo. Es cierto que algunas escrituras instan a los fieles a “temer al Señor”, pero esto se refiere a un profundo sentimiento de reverencia y asombro, y no a la desagradable ansiedad que experimentamos cuando algo nos amenaza. Si, como se nos dice, Dios es amor, entonces, ¿por qué habríamos de sentir ansiedad? Pero la reverencia y el respeto son siempre apropiados.
Otra actitud útil, si queremos rezar con sinceridad, es la gratitud. Valoramos nuestra autonomía, nuestra independencia, y nos gustaría pensar que ” estamos al mando ” de nuestro mundo, pero, como señaló Jesús, nuestra pretensión de control no vale mucho si no podemos modificar nuestra estatura ni siquiera un centímetro. Cuanto más estudiamos la vida, más debemos reconocer que muy pocas cosas están bajo nuestro mando y que, si somos felices, deberíamos estar profundamente agradecidos con Aquel que nos ha colmado de dones.
Pero además del respeto y la gratitud, quizá la mejor actitud, la que transformará por completo nuestra oración si la enfocamos de la manera correcta, sea la de la hospitalidad. La Divinidad debe estar en todas partes, pero en gran medida no somos conscientes de esta presencia invisible. ¿Por qué no invitar a Dios, entonces, a aparecer como huésped sagrado en nuestro corazón? Recibir a un huésped al que queremos es una alegría: nos preparamos con días o incluso semanas de antelación, limpiando, cocinando, embelleciendo, pensando en la mejor manera de dar la bienvenida y ofrecer bienestar. Y luego esperamos, nerviosos, a que llegue el invitado.
Quien trata así a su corazón será recompensado algún día -quizá no inmediatamente, pues Dios es lo más bello, y la esencia de la belleza es la modestia y la discreción-, pero cuando mostramos nuestra sinceridad, y nuestro deseo de ofrecer realmente nuestra casa a nuestro Huésped, entonces ciertamente llegará el momento en que saldrá el sol.
Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J.