La otra mitad es más grande
Sucedió una vez que dos hombres llegaron a la puerta de la casa de Mulá Nasrudín y le preguntaron si podría hacer un juicio entre ellos.
El Mulá se puso su turbante más grande, se acarició la barba sabiamente y dijo, “¿Cuál es la naturaleza de su discusión?”
“Somos hermanos,” respondieron, “y nuestro padre acaba de fallecer, que Dios tenga misericordia de su alma. Ahora no podemos ponernos de acuerdo sobre la división de sus bienes. Era un granjero, no tenía dinero, pero escribió nuestros nombres en todo lo que poseía, un nombre en el hacha, el otro nombre en el arado, uno en la pala, el otro en el azadón, y así sucesivamente.”
“Su padre fue muy sabio,” dijo Nasrudín. “Si todos sus bienes ya están asignados a uno u otro de ustedes, ¿qué queda por discutir?”.
“El problema es que los bienes deberían dividirse en partes iguales,” dijo uno, “pero mi hermano obtuvo la parte más grande.”
“Eso no es verdad,” dijo el otro. “Mi parte es más pequeña. Mi hermano debería darme algo de la suya para que sea equitativo.”
Nasrudín pensó por un momento. “Muy bien,” dijo, “cada uno de ustedes vaya y ponga todo lo que tenga su nombre en una carreta, y tráiganla aquí. Entonces podré juzgar.”
Al cabo de un rato los dos hermanos regresaron, cada uno jalando una carreta repleta de objetos del hogar e implementos agrícolas.
“Lo ves, Mulá,” dijo uno, “la carga de mi hermano vale mucho más que la mía. Yo debería recibir algo de su carreta para estar iguales.”
“Para nada,” protestó el otro. “Cualquiera puede ver que la carga de mi hermano vale más. Yo debería tener algo de su carreta.”
El Mulá agitó la mano con desdén. “No hay necesidad de eso. Esto es lo que decido. Es muy simple. Tú,” dijo apuntando a uno de los hermanos, “toma la carreta de tu hermano, y tú,” dijo apuntando al otro hermano, “toma su carreta.”
Y con eso, el Mulá entró y cerró su puerta.
Traducido por Darafshan Daniela Anda