Un paso sin pasos
La palabra ‘mindfulness’ (Atención plena), dio lugar a una entrega reciente (El Ser del Aquí y del Ahora), que examinaba el trabajo de controlar el foco de la consciencia, y cómo el desarrollo de ese control, a través de la ‘concentración’ junto con la evolución de nuestro ideal, puede abrir campo a lo que Hazrat Inayat Khan llamó ‘contemplación’. En respuesta se escribieron algunos interesantes comentarios, pero –quizás por cortesía o quizás porque nadie en realidad leyó hasta el final de la entrega- nadie mencionó la omisión de la tercera fase o ejercicio descrito por Hazrat Inayat, que es la meditación.
En ‘El Ser del Aquí y del Ahora’ fue utilizada la imagen de una persona en un pequeño bote, rodeado por agitadas olas, acosado por cambiantes vientos y amenazado por cielos siniestros. Es probable que todos se identifiquen con esa imagen hasta cierto punto, pero para entender el paso final, el de la meditación, tenemos que dar un paso atrás de esa imagen, y reconocer que la metáfora del bote no es una descripción de la realidad. Describe nuestra experiencia o nuestra percepción, es verdad, pero nuestras experiencias con frecuencia no corresponden a la realidad en el sentido absoluto. Imagina, por ejemplo, que viajas por tierras lejanas, y un día, al ir a un cajero automático, recibes el mensaje que tu cuenta está vacía. De repente, enfrentas grandes dificultades, un desastre, pobreza total –y como consecuencia puedes tener una noche de insomnio sobre la banca de un parque. Pero más tarde, descubres que fue un error técnico; tus fondos estaban allí, después de todo. Por un tiempo tuviste la experiencia de quedarte sin un centavo en tierras extrañas, pero de hecho tu riqueza estaba intacta. De la misma manera, experimentamos ansiedad e incluso tormento por nuestros pensamientos y sentimientos, pero son transitorios, meras olas temporales sobre el océano de consciencia, y para nada tan reales como pensamos que son.
Existen diferentes formas de describir el camino espiritual. Una persona religiosa puede decir, “No sé si está permitido, pero anhelo conocer a Dios. Es ese conocimiento el que busco”. Un sufí puede –quizás- decir; “Deseo conocer la Fuente de manera que pueda entender mi propio Ser. Conociendo al Uno, con seguridad puedo resolver el misterio de mi propia existencia aparente”. Pero como quiera que se entienda la búsqueda, se origina en la certeza interior que para la vida hay más que las limitaciones y desengaños que enfrentamos en este mundo. Sea que anhelemos Verdad, o Luz, o Amor o Perfección, o Ser, el nombre no importa; el buscador siempre está buscando el Absoluto.
Cuando nos embarcamos (hablando de botes otra vez) en el control de la mente, podemos descubrir una paradoja maravillosa. En un nivel, estamos ejerciendo un esfuerzo tremendo de voluntad para estar sencillamente presentes en el momento, para ser honestos por una vez y admitir que todos los pensamientos y especulaciones en los que de manera crónica nos gratificamos tienen poca relación con el aquí y el ahora. Y de manera paradójica, a medida que aprendemos a morar más y más en el presente, descubrimos que nuestro horizonte se expande en forma infinita. Desencadenado del no existente pasado y liberado de un futuro sombrío, podemos aprender que el momento absoluto es infinito: Verdad infinita, Amor infinito, Compasión infinita.
Desde aquí es tan solo un paso sin pasos hacia el estado de meditación, para relajar la mente, abriendo el corazón, dejando que la máscara del ‘yo’ caiga, y permitiendo que el infinito fluya, como un viento cósmico, sin impedimento.
Tr. Juan Amin Betancur