Ondear la bandera de la rendición
Hay un dicho popular que afirma que la casa de una persona es su castillo, lo que significa que reclamamos el derecho a negar la entrada a quienquiera que llame a la puerta. Es una buena imagen del ego, que insiste en separar firmemente “mi mundo” del universo infinito. Podemos permitir la entrada de visitantes, pero siempre tenemos presente que residimos en NUESTRO dominio, que todo lo que experimentamos se centra en nosotros. Si los visitantes no se comportan como esperamos, si no siguen nuestras normas, podemos enseñarles la puerta y no les invitaremos a volver.
Vivir en un castillo, sin embargo, no es muy diferente de vivir en una prisión: los barrotes de la prisión son nuestras propias reglas y conceptos, y al cabo de un tiempo empezaremos a sufrir de aislamiento. El alma, como rayo de la Conciencia infinita, se siente constreñida por este confinamiento. Imagina que el castillo está rodeado por una vasta propiedad llena de muchas bellezas, cuyos confines nunca hemos explorado porque significaría dejar atrás el castillo y dormir bajo las estrellas abiertas. Esa vasta finca también es “nosotros”, pero para conocerla, para tener una visión más amplia del “yo”, tenemos que izar la bandera de la rendición y abrir de par en par las puertas del castillo.
Si recitamos las oraciones sufis con cierta regularidad, habremos repetido muchas veces esta línea: Voluntariamente nos rendimos a Ti. Pero, ¿qué entendemos por eso? ¿Qué es rendirse? Hay un viejo dicho que dice que “el que está convencido en contra de su voluntad sigue siendo de la misma opinión”. En otras palabras, la aceptación -en el contexto de la oración- no puede ser a regañadientes o mecánica, sino que debe ser de todo corazón, sincera y con un sentimiento de gratitud.
El que cierra con llave las puertas de su castillo está controlado por hábitos que surgen del miedo a que algún poder venga y rompa los muros que lo rodean. Ciertamente, tal poder llegará algún día, y antes de que llegue ese momento, sería más sabio disfrutar de los frutos que nos rodean mientras podamos, bajar el puente levadizo y abrirnos a la belleza que hay más allá de nuestras defensas, porque como dice el Gayán, Todos los hombres se rinden a la belleza voluntariamente y al poder involuntariamente.
Si rezas las oraciones sufis con movimientos, ya sea inclinándote o arrodillándote, piensa, en el momento en que bajes la cabeza, en la Belleza infinita que se nos ofrece, y reconoce que la porción que recibas se medirá por la amplitud de tu gratitud.
Traducido al español por Arifa Margarita Jáuregui