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Sobre expectativas y esperanza
Si voy a visitar a alguien que conozco, un amigo o un miembro de la familia, por ejemplo, debido a nuestra relación, voy con expectativas sobre cómo me recibirán, aunque puede que no sea consiente de ellas a menos que, para mi sorpresa, no se cumplan. Si mi recibimiento está fuera de mis expectativas, puedo sentirme confundido, decepcionado o molesto, o tal vez conmovido y encantado, pero mi forma de ver el mundo habrá cambiado de alguna manera. Esperar es buscar, anticipar, pero también ha adquirido un sentido de algo establecido, algo que vemos venir hacia nosotros y con lo que sentimos que podemos contar. En el idioma inglés [y en español], podemos decir que una mujer que está embarazada está “esperando”. El parto dentro de algunos meses es más o menos una conclusión inevitable.
Debido a esa aparente confiabilidad, nuestro pequeño yo, el “yo” que piensa que es independiente del universo, tiende a buscar refugio en un cómodo nido de expectativas. Ya sea que estén bien fundamentadas o sean endebles y delgadas como el papel, confiamos en ellas para ocultar de nuestra vista el océano agitado y violento de posibilidades que nos rodea. Por lo tanto, los desastres que nos suceden a todos, las enfermedades repentinas, los accidentes, los incendios, las inundaciones, las tormentas, los terremotos y todo lo demás, pueden ser doblemente devastadores. Perder todas las posesiones en un incendio, por ejemplo, es difícil, pero también quedarse preguntando: “Sin mis bienes, sin mi casa, ¿quién soy ahora?” es mucho más desafiante.
La palabra esperanza, por otro lado, da una forma muy diferente de mirar hacia el futuro. No transmite el mismo sentimiento de seguridad de satisfacción propia que una expectativa, pero una esperanza nos levanta el ánimo. Es como vislumbrar el cielo a través de la ventana de la celda de un prisionero. Nos dice que hay algo que alcanzar, y algunos estudiosos han dicho que la palabra esperanza (“hope” en inglés) está relacionada con “saltar” (“hop” en inglés), que significa elevarse. En otras palabras, la esperanza nos impulsa hacia arriba, con los brazos estirados, las manos extendidas hacia los cielos. Cuando tomamos una esperanza en nosotros mismos y penetra en nuestra voluntad, se convierte en una aspiración, y “aspirar” es una palabra muy espiritual, porque en su raíz significa enviar el aliento hacia algo.
Toda vida debe tener una meta, un lugar hacia el que enviemos nuestro aliento. Si se descuida esto, desperdiciamos la preciosa oportunidad que nos ha brindado la vida. En Vadan Talas podemos leer: “vivir significa esperanza, y esperanza significa vivir”. Una vida sin esperanza es solo una sombra de vida.
Algunos pueden decir que tenían la esperanza de algo y se sintieron decepcionados, y que la decepción los ha dejado sintiéndose amargados por la vida. Preferirían no tener esperanzas antes que enfrentar tal decepción nuevamente. Pero esto no nos dice que debemos evitar la esperanza, sino que debemos saber cómo tener esperanza, y esa es la obra de la sabiduría, que crece a medida que nuestro corazón se ensancha.
Si ponemos nuestra esperanza en el mundo de la ilusión, tarde o temprano nuestros sueños se romperán. En lugar de lamentarnos por la decepción, deberíamos mirar aún más alto, a algún lugar más allá del auge y caída de la fortuna. Escuchando la sabiduría podríamos, por ejemplo, dirigir nuestra mirada según este dicho de Gayan Boulas: “si no construimos nuestra esperanza en la verdad, ¿en qué la construiremos?”.
Pregúntate, entonces, ¿estás construyendo una esperanza? Y lo más importante, ¿dónde las estás construyendo?
Traducido por Yaqín Anda