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Liberarse del destino
Toda vida se enfrenta con adversidades, esto es algo inevitable. Y en ocasiones, sin importar cuánto nos esforcemos por cambiar la situación, ni cuán sinceras sean nuestras plegarias, las rocas siguen precipitándose sobre nuestra casa, se amontona un problema sobre otro. Entonces llegamos a preguntarnos: “¿es por mí? ¿Es por Dios? ¿Es el destino? ¿Qué está pasando?”.
En una conferencia sobre el destino, a veces refiriéndose a él por la palabra árabe kismet que significa exactamente lo mismo, Hazrat Inayat Khan ofrece una típica respuesta paradójica, al decir que existe algo que tiene la apariencia de la fatalidad, pero que no es realmente predestinación, sino la continuación de una tendencia que ha tenido inicio. Para explicarlo, presenta el ejemplo de la visita a una calle en una ciudad. Una vez hemos estado en aquel vecindario, a la semana siguiente puedes visitar algún otro lugar en la misma zona de la ciudad, y gradualmente te sentirás muy familiar con aquel sector, mientras el resto de la ciudad permanecerá ampliamente desconocido para ti. Una vez iniciado, un patrón sigue su curso. Si pensamos sobre este tema en el campo de la música, diremos que en el momento en que empieza una pieza musical su ritmo queda ya establecido; no es tan fácil convertir un vals en una marcha.
Esto puede hacernos pensar en la ciencia de las impresiones. Todo lo que percibimos, así como todo lo que decimos y hacemos, produce una impresión sobre la esfera de nuestra consciencia, una impresión que continúa vibrando mucho tiempo después. Una victoria se queda con nosotros por un largo tiempo, y así también lo hace una impresión de derrota, y por eso el sabio hace lo que puede para cuidarse de las impresiones que no son de provecho.
Pero si la impresión ya está ahí, si parece que estamos atorados en la continuación de una tendencia que no deseamos, ¿qué podemos hacer? ¿Podemos cambiarla? Un avance consiste en hacernos más “creativos” en nuestra vida. Nuestra energía puede ser receptiva o expresiva y creativa, jemal o jelal en términos sufíes. Para tomar un ejemplo de una de las enseñanzas de Hazrat Inayat Kahn, supongamos estar viviendo en una humilde choza que tiene un agujero en el techo. Podemos desear que la gotera se arregle, un deseo que se hace aun más fuerte cuando llueve, pero sin hacernos creativos, sin dar expresión a nuestro deseo, el agujero seguirá ahí.
En este contexto, sin embargo, la creatividad significa algo más que hacer cambios superficiales, como simplemente ponernos el abrigo al revés, una costumbre popular para cambiar la propia suerte. Implica una comprensión de nuestra propia psicología el saber cómo aplicar la creatividad en nuestra vida. Lo que también se necesita es una voluntad de cambio. Acá es donde muchas personas se tropiezan. Quejarse de nuestra propia situación es una cosa, otra es hacer lo que se necesita. Muchas personas son genuinamente infelices con sus circunstancias, sin haber entendido todavía lo que podrían cambiar en ellos mismos, o cómo cambiar ellos para mejor. Continuando así, llegan a culpar a Dios y sufren.
Pero culpar a Dios implica tomar distancia de la mejor ayuda que hay. Más allá de toda psicología, más allá de cualquier consideración sobre influencias planetarias, más allá de la ciencia y del arte de jemal y jelal, está el Uno. Como dice Hazrat Inayat Kahn, “como sea que estas cosas resulten atractivas, el nombre de Dios es aún más grande. Sin el estudio del nombre de Dios no hay nada. Es la única cosa grande, la única bella, lo único valioso, lo único que vale la pena”.
Traducido por Vadan Juan Camilo Betancur