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Dispersar las nubes
Hay una vieja historia sobre un hombre que descubrió un secreto, un secreto que nunca debía revelar a nadie, y la tarea de reprimirlo dentro de sí mismo se convirtió en una gran carga. Lo sentía constantemente presionando dentro de su pecho, de modo que cerrar los labios sobre el secreto se convirtió en un tormento. Por fin, buscó consejo y alguien le sugirió que fuera al bosque, cavara un agujero y gritara el secreto a la tierra. Así lo hizo, e inmediatamente sintió alivio, pero entonces, para su horror, descubrió que todo el bosque resonaba ahora con el secreto que había pronunciado. Tal vez no parezca más que un divertido cuento infantil, sin mayor trascendencia, pero pone ante nosotros una importante verdad. Hazrat Inayat Khan enseñó que el mundo es como una cúpula en la que reverbera todo lo que se dice. Lo que decimos, ya sea en voz alta en el mercado o en voz baja, sigue resonando, de modo que estamos rodeados por un mar de vibraciones, un mar que puede ondear armoniosamente o ser una agitada tormenta, según nuestro carácter.
Lo mismo es cierto con nuestros sentimientos, pensamientos y acciones, ya que también son patrones de vibración. Podemos dudar de que ahora haya algún rastro de algo que pensamos hace una docena de años, pero muchos de los que han llegado a la frontera entre los mundos en una experiencia cercana a la muerte han informado de que han visto pasar toda su vida ante ellos en un instante. La materia es densa y las vibraciones físicas desaparecen rápidamente, pero en los reinos más finos pueden persistir durante mucho tiempo. Esto puede ayudarnos a comprender las enseñanzas de Hazrat Inayat Khan sobre la vida después de la muerte (que actualmente se publican en el Inner Call). El alma, que ha sido comparada con un rayo de luz del Sol Divino, es la verdad misma, pura e inmaculada en su esencia, pero al venir al mundo de la manifestación y experimentar la individualidad, acumula una nube envolvente de vibraciones, o impresiones. Es una regla general que nos convertimos en lo que contemplamos, y el alma, aunque de origen divino, se siente limitada por esta nube; su luz está velada a su propia vista. Por lo tanto, si hemos sido crueles y egoístas, eso formará el mundo en el que el alma vivirá una vez que el cuerpo físico sea desechado. Es una aplicación directa de la regla de oro, enseñada en prácticamente todas las culturas desde el principio de los tiempos: haz lo que te gustaría que te hicieran. ¿Por qué? Porque lo que hagas será tu entorno en el más allá. Las religiones suelen hablar de castigo por nuestros defectos o pecados, pero un término mejor sería consecuencias. Si soy torpe con un martillo y me golpeo el pulgar, mi torpeza dejará una consecuencia palpitante que puede durar días. Eso es lo que encontramos en este dicho del Vadan Alapas:
Un día me encontré con el Señor cara a cara, y arrodillándome oré,
—“Dime oh Rey de Compasión, ¿eres Tú quien castiga al pecador y premia al virtuoso?”
—No, dijo Él sonriendo,
—“El pecador atrae su castigo; el virtuoso gana su recompensa”.
Esto puede sonar bastante siniestro para nosotros – después de todo, ¿quién se siente virtuoso? Cuanto más avanzamos en el camino espiritual, y cuanto más nos estudiamos a nosotros mismos, más conscientes somos de nuestros defectos, y nuestras virtudes parecen cada vez más pálidas e insustanciales. ¿Significa esto que no hay esperanza para nosotros en la próxima vida?
Siempre hay esperanza: nos han dicho que “Dios es misericordioso y le gusta perdonar”, siempre y cuando nos dirijamos a Él y nos arrepintamos sinceramente de nuestros errores. Pero si no hemos hecho de Dios una realidad para nosotros mismos, si el Uno es sólo un concepto para nosotros, entonces una apelación de última hora para la absolución no hará mucho para dispersar nuestra nube de limitaciones fabricada por nosotros mismos.
Esto nos lleva a una conclusión importante: ya que nadie sabe cuánto tiempo tenemos aquí, quizás sea el momento de ponernos a trabajar para hacer realidad nuestro Ideal Divino.
Traducido por Inam Anda