¿Has estado en Venecia?
Nuestra conversación se inició con la frase de La Copa de Saki, del 19 de septiembre: El maestro, por grande que sea, nunca puede transmitir su conocimiento al discípulo; el discípulo debe crear su propio conocimiento.
Como muchos de los dichos de Hazrat Inayat Khan, éste parece ofrecer una firme certeza cuando lo leemos o escuchamos por primera vez, un sentimiento de acuerdo en lo más profundo de nosotros mismos, un sólido “sí”… y entonces empezamos a pensar en lo que implica ese pensamiento. Por ejemplo, si el maestro no puede transmitir conocimientos al discípulo, ¿por qué sería necesario tener uno? ¿Con qué propósito dio Pir-o-Murshid Inayat tantas conferencias sobre las enseñanzas sufíes? Tenemos abundantes volúmenes de su guía, ¿deberíamos tirar todos nuestros libros sufíes al torrente de agua y tratar de encontrar nuestro camino a través del bosque por nuestra cuenta?
A pesar de estas preguntas, las voces del círculo se pronunciaron a favor del papel del maestro. Una persona sugirió que el maestro está ahí para inspirarnos, para mostrarnos lo que es posible y para elevarnos de la condición que creemos normal, y esto llevó a otro miembro de la conversación a citar algunas líneas de la oración Pir: Inspirador de mi mente, consolador de mi corazón, sanador de mi espíritu, tu presencia me eleva de la tierra al cielo.
Varios miembros del círculo también apreciaron la forma en que este pensamiento apoya la ausencia de dogma en el camino sufí. Desde el punto de vista sufí, no hay nada que uno “deba” creer, ya que cada persona tiene su propia creencia, que evoluciona a medida que crecemos en la vida. En cierta ocasión, después de dar una conferencia, Hazrat Inayat Khan fue abordado por un miembro del público que afirmó: “¡Ha dicho usted algunas cosas con las que no estoy de acuerdo!”. El Maestro replicó: “¿Y he dicho algo con lo que usted esté de acuerdo?”. “Pues sí”, fue la respuesta. “Entonces”, dijo Pir-o-Murshid, “por favor, quédese con las cosas con las que está de acuerdo y tire las otras”.
Durante nuestra conversación, también surgió el tema del amor; el amor que un discípulo puede sentir por el maestro puede cambiarle la vida. Puesto que la condición habitual del mundo es un corazón congelado, cuando el amor empieza a derretirnos, vemos las cosas de otra manera -y es aquí donde empezamos a crear nuestro propio conocimiento.
Un maestro sufí suele decir muy poco sobre el conocimiento que ha acumulado a lo largo del camino; para empezar, la mayor parte de lo que se descubre está mucho más allá del alcance del lenguaje. No obstante, el maestro comparte lo que es posible simplemente para ayudar al alumno a recorrer el camino. Podemos pensar en los días de antaño, cuando la costumbre del Grand Tour llevaba a muchos jóvenes británicos de viaje por Europa, siendo uno de los destinos la ciudad de Venecia. Naturalmente, se escribían libros sobre el viaje, en los que se daban ideas y consejos sobre lo que el viajero se encontraría por el camino, y se podían estudiar grabados de los canales y lagunas que había que ver. Pero la lectura de un libro de este tipo, aunque útil, no sustituye a la experiencia vivida. Hay una profunda diferencia entre quien sólo ha leído una guía de viajes y quien se ha sentado en una góndola balanceándose y ha escuchado el chapoteo del agua a su alrededor.
Del mismo modo, el sabio consejo del maestro nos guía y nos ayuda, y cuando surge una nueva experiencia, puede confirmarnos que viajamos bien, y tal vez sugerirnos para qué debemos prepararnos en el futuro, pero no elimina la necesidad de que nosotros mismos recorramos el camino interior. En otras palabras, la ayuda del maestro es indispensable, pero el conocimiento que adquiramos será siempre nuestro.
Traducido por Inam Anda