Hazrat Inayat : Aspects of Sufism pt VIII (Spanish version)

Hazrat Inayat : Aspectos del Sufismo pt VIII 

Para ilustrar su enseñanza sobre el papel del Espíritu de la Guía en el cuidado y la evolución del mundo, Hazrat Inayat Khan comienza ahora a presentar la siguiente alegoría. 

Había un hombre que vivía con su mujer y sus hijos en una pequeña aldea. Fue llamado por la voz interior de su alma, y renunció a su vida con su esposa e hijos y se fue al desierto, a una montaña llamada Sinaí, llevando consigo a su hijo mayor, el único de sus hijos que ya estaba maduro. Los otros hijos, que recordaban débilmente a su padre, se preguntaban a veces dónde estaría y deseaban verle; su madre les decía entonces que se había marchado hacía mucho tiempo y que tal vez ya no estaba en esta tierra. A veces, en respuesta a su anhelo, ella decía: “Tal vez venga o envíe noticias, pues así lo prometió antes de partir”. A veces los niños se afligían por la ausencia de su padre, por su silencio, y cuando sentían la necesidad de que estuviera entre ellos, se consolaban con la esperanza: “Tal vez algún día esté con nosotros, como lo ha prometido”. 

Al cabo de algún tiempo, la madre también falleció, y los niños quedaron a cargo de tutores a los que se les encomendó su cuidado, junto con el cuidado de las riquezas dejadas por sus padres. 

Al cabo de algunos años, cuando su rostro terso se había vuelto barbudo y su mirada alegre había dado paso a una expresión seria, y su piel clara, expuesta durante años al fuerte sol, se había vuelto morena, su hermano regresó a casa. Se marchó con su padre en el esplendor; regresó en la pobreza y llama a la puerta. Los criados no le reconocen y no le dejan entrar. Su lenguaje ha cambiado; la larga estancia en un país extranjero le ha hecho olvidarlo todo. Dice a los niños: “Vengan, hermanos, son hijos de mi padre. He venido de parte de él, que está tranquilo y feliz en su retiro en el desierto, y me ha enviado para traerles su amor y su mensaje, para que su vida merezca la pena y tengan la gran dicha de encontrarse con su padre, que tanto les amaba”. 

Ellos respondieron: “¿Cómo es posible que vengas de parte de nuestro padre, que hace tanto tiempo que se fue y no nos ha dado ninguna señal?” Él respondió, “Si no lo entienden, pregunten a su madre. Ella les dirá”. Pero la madre ya había fallecido; sólo quedaba su tumba, que nunca podría decírselo. “Entonces consulten a sus tutores. Tal vez ellos puedan decírselo a partir de los recuerdos del pasado, o las cosas que nuestra madre les haya dicho les traigan a la memoria las palabras de nuestro padre sobre mi llegada”. Los cuidadores se habían vuelto descuidados, indiferentes, ciegos, muy felices en la posesión de toda la riqueza, y disfrutando del oro atesorado dejado a su cargo, usando su indiscutible poder y completo dominio sobre los niños. Su primer pensamiento al oír que el hermano había llegado fue de molestia. Cuando lo vieron, se despreocuparon por completo, pues no encontraron en él ni rastro de lo que había sido antes, y como vieron que no tenía poder ni riquezas, y que había cambiado de aspecto, de vestido y de todo, no se preocuparon por él. Dijeron: “¿Con qué autoridad pretendes ser hijo de nuestro padre, de nuestro señor, que hace tiempo que murió y tal vez habite ya en los cielos?”. Entonces dijo a los niños: “Les amo, hijos de mi padre, aunque no me reconozcan, y aunque no me reconozcan como hermano, tomen mi servicial palabra como la palabra de su padre. Hagan el bien en la vida y eviten el mal, pues toda obra tiene su recompensa similar”. 

Continuará… 

Traducido por Inam Anda 

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