Hazrat Inayat : Iniciación parte XX
Después de detallar el trabajo del maestro en la publicación anterior de esta serie, Hazrat Inayat Khan habla aquí sobre el trabajo del discípulo. Vale la pena recordar que, abajo, en el quinto párrafo, cuando el Maestro afirma que el murshid es un medio, definitivamente no quiere decir que el murshid se involucre en fenómenos psíquicos, sino que transmite fielmente la guía Divina.
Durante el discipulado, el primer período puede llamarse el período de observación; en este, el discípulo observa todo con una actitud respetuosa, lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, sin expresar alguna opinión sobre ello. Y cada día esto le revela al discípulo una nueva idea sobre el tema. Hoy él piensa que está mal, pero no lo dice; mañana se pregunta cómo esto puede estar mal. Pasado mañana piensa, “¿Pero puede esto realmente estar mal?”, mientras que al cuarto día puede pensar que no está mal, y al quinto día que está bien. Y puede seguir el mismo proceso con lo que es correcto, si tan sólo él no se expresa en el primer día. Son los tontos los que siempre expresan fácilmente su opinión; los sabios la retienen. Reteniendo su opinión, se hacen más sabios cada día; expresando su opinión se hacen continuamente menos sabios.
Lo segundo que es más importante para el discípulo, es el aprendizaje. ¿Y cómo va a aprender? Cada palabra que el discípulo escucha de los labios del maestro es un libro sagrado. En lugar de leer un libro sagrado de cualquier religión de principio a fin, ha acogido una palabra del maestro, y eso es lo mismo. Al meditarla, al pensar en ella, al sopesarla, hace de esa palabra una planta de la que salen flores y frutos. Un libro es una cosa, y una palabra viva es otra. Quizás un libro entero podría ser escrito por la inspiración de una palabra viva del maestro. Además, el discípulo practica todas las meditaciones que le han sido dadas, y mediante estos ejercicios desarrolla dentro de sí mismo esa inspiración, ese poder que se espera se desarrolle en el discípulo.
Y el tercer paso para el discípulo reside en probar la inspiración, el poder que ha recibido. Uno podría preguntarse, ¿cómo puede uno probarla? La vida puede dar mil ejemplos de cada idea en la que uno ha pensado. Si se ha aprendido desde adentro que una cierta idea es correcta o incorrecta, entonces la vida misma es un ejemplo que muestra por qué es incorrecta o por qué es correcta.
Si una persona no se ilumina, se puede encontrar la explicación observando la lluvia: ésta cae sobre todos los árboles, pero es de acuerdo a la respuesta de esos árboles que ellos crecen y dan frutos. El sol brilla sobre todos los árboles; no hace distinción entre ellos; pero es de acuerdo a la respuesta que los árboles dan al sol que se benefician de su luz.
Al mismo tiempo, un murid es muy a menudo una inspiración para el murshid. No es el murshid el que enseña; es Dios el que enseña. El murshid es sólo un medio, y tan alta como sea la respuesta del murid; así de fuerte atrae el mensaje de Dios. El murid puede inspirar, pero puede también dejar de inspirar. Si no hay respuesta de su parte, o si hay antagonismo o falta de interés, entonces la inspiración del murshid se apaga, al igual que las nubes, que no pueden producir una llovizna cuando están sobre el desierto, el desierto las afecta, pero cuando las mismas nubes están sobre el bosque, los árboles las atraen y la lluvia cae.
Los atributos del discípulo son la reserva, la reflexión, la consideración, el equilibrio, y la sinceridad. Se debe tener especial cuidado de, no convertirse en maestro, durante el tiempo del discipulado, ya que muy a menudo un alma en crecimiento está tan ansiosa de convertirse en maestro que, antes de terminar el periodo del discipulado, se vuelve impaciente. Hay que recordar que todos los grandes maestros de la humanidad, como Jesucristo, Buda, Mahoma y Zaratustra, han sido grandes alumnos; han aprendido del niño inocente, han aprendido de todos, de cada persona que se les acercó. Han aprendido de cada situación y de cada condición del mundo; han entendido, y han aprendido. Es el deseo de aprender continuamente lo quehace de uno un maestro, y no el deseo de convertirse en un maestro. Tan pronto como una persona piensa, “Soy algo así como un maestro”, ha perdido terreno, porque sólo hay un maestro: sólo Dios es el Maestro, y todos son Sus alumnos. Todos aprendemos de la vida lo que la vida nos enseña; y el día en que un alma comienza a pensar que ha aprendido todo lo que tenía que aprender, y que ahora es un maestro, está muy equivocada. Los más grandes maestros de la humanidad han aprendido de la humanidad más de lo que han enseñado.
Continuará…
Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J.