Hazrat Inayat: Algunos Aspectos del Sufismo, parte XIII
Esta publicación concluye la presente serie, con la finalización de la explicación de Hazrat Inayat Khan de la música Sama y Qawwali en la tradición Sufi, comenzada en la publicación anterior.
En el Qawwali se expresa la naturaleza del amor, del amante y del amado. En esto la poesía de los sufis supera a los poemas de amor conocidos en el mundo, pues en ella se revela el secreto del amor, del amante y del amado, los tres en uno. Aparte de la filosofía de todo el ser, se aprecia la delicadeza y complejidad de sus poemas, ricos en convenciones y adornados de metáforas. Hafiz, Rumi, Jami y muchos otros entre los poetas sufis han expresado el secreto del ser interior y exterior en la terminología del amor.
Los Qawwals, los cantantes, cantan estos versos con claridad, para que cada palabra sea clara para los oyentes, para que la música no oculte la poesía; y los intérpretes de tabla que acompañan a los cantantes enfatizan los acentos y mantienen el ritmo uniforme, para que el ser del sufi, ya musicalizado, se una al ritmo y la armonía de la música. En estas ocasiones, la condición del sufi se vuelve diferente. Su naturaleza emocional en este momento tiene su máxima expresión; su alegría y sentimiento no pueden ser explicados y el lenguaje es inadecuado para expresarlos. Este estado se denomina Hal o Wajd, el éxtasis sagrado, y es considerado con respeto por todos los presentes en la asamblea. (Wajd significa ‘presencia’, Hal significa ‘estado’).
Este estado de éxtasis no difiere de la condición natural del hombre cuando se conmueve al oír una palabra amable, o cuando se emociona hasta las lágrimas al separarse de la persona que ama, o al marcharse su objeto de amor, o cuando se alegra al llegar su amado tan esperado. En el caso de un sufi, el mismo sentimiento se convierte en sagrado, ya que su ideal es más elevado.
Una peregrinación es lo mismo que un viaje ordinario, con la única diferencia del objetivo. En un viaje, el objetivo es terrenal, mientras que la peregrinación se realiza con un propósito sagrado. A veces, al escuchar música, el sufi se ve profundamente conmovido, a veces su sentimiento encuentra desahogo en las lágrimas, a veces todo su ser, lleno de música y alegría, se expresa en movimiento, lo que en términos sufis se llama raqs.
Cuando el hombre analiza el mundo objetivo y se da cuenta del ser interior, lo primero y último que aprende es que toda su visión de la vida está creada de amor; siendo el amor mismo vida, con el tiempo todo será absorbido en él.
Es el amante de Dios, cuyo corazón está lleno de devoción, el que puede estar en comunión con Dios; no el que se esfuerza con su intelecto por analizar a Dios. En otras palabras, es el amante de Dios quien puede estar en comunión con Él, no el estudiante de Su naturaleza. Son el “yo” y el “tú” los que dividen y, sin embargo, son el “yo” y el “tú” las condiciones necesarias del amor. Aunque el “yo” y el “tú” dividen la vida única en dos, es el amor el que los conecta por la corriente que se establece entre ellos; y es esta corriente que se llama comunión, la que corre entre el hombre y Dios. A la pregunta “¿Qué es Dios?” y “¿Qué es el hombre?” la respuesta es que el alma, consciente de su existencia limitada, es “el hombre”, y el alma reflejada por la visión de lo ilimitado, es “Dios”. En palabras llanas, la autoconciencia del hombre es el hombre, y la conciencia del hombre de su ideal más elevado es Dios. Por la comunión entre estos dos, con el tiempo ambos se convierten en uno, como en realidad ya lo son. Y, sin embargo, la alegría de la comunión es aún mayor que la alegría de la unión, porque toda la alegría de la vida reside en el pensamiento del “yo” y del “tú”.
Todo lo que el hombre considera bello, precioso y bueno no está necesariamente en la cosa o el ser; está en su ideal; la cosa o el ser le hacen crear la belleza, el valor y la bondad en su propia mente. El hombre cree en Dios haciendo de Él un ideal de su adoración, para poder comulgar con alguien a quien puede admirar, en quien puede depositar su confianza absoluta, creyendo que está por encima del mundo poco fiable, de cuya misericordia puede depender, viendo el egoísmo a su alrededor. Es este ideal, cuando se hace de piedra y se coloca en un santuario, lo que se llama un ídolo de Dios. Cuando el mismo ideal se eleva a un plano superior y se coloca en el santuario del corazón, se convierte en el ideal de Dios, con quien el creyente comulga y en cuya visión vive de la manera más feliz, tan feliz como podría ser, en compañía del soberano de todo el universo.
Cuando este ideal se eleva aún más, irrumpe en lo real, y la luz real se manifiesta en el adorador de Dios; el que antes era creyente se convierte ahora en realizador de Dios.
Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J.