Hazrat Inayat : El Ideal del Místico pt IV
Con esta publicación concluimos la serie sobre el lugar del ideal en el desarrollo del místico. La publicación anterior está aquí.
El cuarto aspecto del ideal es cuando uno idealiza a una persona. Un hombre ve su ideal en su hijo, en su madre, en su padre, antepasado o amigo, en su amada o en su maestro. Sin duda, este ideal es más grande que todos los demás, pues en él hay un poder milagroso: despierta la vida y da vida a las cosas muertas. Sin embargo, hay dificultades para seguir este ideal hasta el final, pues cuando idealizamos a una persona, naturalmente no siempre puede estar a la altura de nuestras expectativas, ya que nuestro ideal avanza más rápido que el progreso de este ser vivo. Además, cuando se idealiza a una persona, se desea ocultar todos sus defectos. Sólo queremos ver en ella lo bueno y lo noble. Pero hay momentos en que también se ve el otro lado de esa persona, porque la bondad no puede existir sin la maldad y la belleza no puede existir sin la falta de ella. Muy a menudo la belleza cubre la fealdad y la fealdad cubre la belleza; muy a menudo la bondad cubre la maldad y la maldad cubre la bondad; pero ambos opuestos están siempre presentes. Si no fuera así, el hombre no sería hombre.
Un idealista verá todo lo que es bueno y bello en aquel a quien idealiza, pero mantiene el objeto de su ideal ante sus ojos. Su mente puede idealizar, pero sus ojos no pueden permanecer cerrados. Su corazón le lleva al cielo, pero sus ojos le retienen en la tierra y siempre hay un conflicto. Y cuando sucede que la persona que uno ha idealizado no alcanza la bondad y la belleza que uno esperaba que poseyera, entonces uno se desanima, y se pregunta si hay algo en este mundo que pueda ser ideal.
Vemos que las personas emocionales son propensas a idealizar rápidamente, pero también son propensas a desechar rápidamente el objeto de su idealización. Mantener un ideal que vive en la tierra y que está ante los ojos de uno es la cosa más difícil que existe, a menos que uno tenga tal equilibrio que nunca vacile, y tal compasión que sea capaz, a costa de uno mismo, de añadir al ideal todo lo que le falta. Esta es la única manera en que uno puede aferrarse a un ideal vivo; de lo contrario, lo que sucede es que uno dice, mientras da brillo al ideal: “Eres tan bueno. Eres tan amable. Eres tan grande”, y durante el debilitamiento del ideal uno dice: “Pero eres injusto. Eres irreflexivo. Eres desconsiderado. Estoy desilusionado. No eres lo que esperaba que fueras”. Es tan natural, y al mismo tiempo no es el ideal el que ha caído. El que ha caído es el que ha subido la escalera del ideal y ha llegado demasiado alto, y entonces tiene que volver a bajar hasta situarse en el mismo nivel que antes.
También pertenece a este cuarto aspecto del ideal la idealización de una persona histórica o legendaria, de un personaje dramático del pasado, una personalidad que no está delante de uno. Esto se puede mantener mejor, porque da margen para añadir toda la bondad y belleza que uno desee. Y, al mismo tiempo, nunca nos decepcionará, porque nunca parecerá diferente de lo que hemos hecho de él en nuestro corazón. Los dioses y diosas de los antiguos egipcios, indios y griegos estaban hechos para representar ciertos tipos de carácter, y para que un adorador pudiera ser impresionado por un cierto carácter, estos dioses y diosas eran sostenidos como objetos de devoción, como algo para mantener ante uno, como un ideal. Además, los grandes profetas, maestros y salvadores de la humanidad han sido durante siglos los ideales creados por escritores, poetas, devotos y pensadores, tan buenos y bellos como podían ser. No cabe duda de que otros los han visto de forma diferente y han considerado que el ideal de otro era inferior al suyo. Sin embargo, el beneficio que obtenían de la devoción a tal ideal residía en la búsqueda de un carácter, de una cierta belleza, de una virtud, que les ayudaría siempre a llegar a ese estadio que es la meta deseada por todos los seres.
El quinto aspecto del ideal es Dios, el ideal perfecto, un ideal que no puede cambiar, que no puede romperse, que permanece siempre firme, en razón de que Dios no está al alcance del hombre. Si Dios estuviera a su alcance, ¡también intentaría ponerlo a prueba! Menos mal que no lo está. Es en este ideal donde uno encuentra la plenitud de la vida, y todos los demás ideales no son más que peldaños, escalones hacia este ideal perfecto, un ideal que no muestra ningún signo de imperfección; porque Dios es bondad, Dios es justicia, Dios es poder, Dios es inteligencia, es omnisciente, Dios es toda belleza, Dios es eterno.
Para un místico, el ideal es su religión, y considera el ideal de cada persona como una religión. Lo respeta, antes de sopesar, medir y analizar qué ideal es. El ideal en sí es sagrado para un místico, y por eso es el tema central de su vida; es en el ideal donde el místico encuentra tanto su camino como su meta.
Traducido por Inam Anda