Hazrat Inayat: La vida interior, parte VI
Hazrat Inayat Khan acá continúa su explicación de las obligaciones de la vida cuando uno transita el camino interior. Concluyendo la anterior publicación sobre el tema, él había comenzado a hablar sobre el comportamiento del alma evolucionada.
Cuanto más lejos llega el alma, más humilde se vuelve; cuanto más grande ha hecho realidad el misterio, menos habla de ello. Apenas lo creerían ustedes si les dijera que durante los cuatro años en presencia de mi Murshid, tuvimos una conversación sobre asuntos espirituales difícilmente más de una o dos veces. Con frecuencia la conversación recaía sobre cosas mundanas, como cualquiera; nadie habría percibido que ahí se encontraba un hombre ha hecho de Dios una realidad, que siempre estaba inmerso en Dios. Su conversación era como la de cualquier otra persona; él hablaba sobre cualquier cosa que pertenecía a este mundo, nunca una conversación espiritual, ni alguna muestra especial de piedad o espiritualidad; y, sin embargo, su atmósfera, la voz de su alma y su presencia revelaban todo lo que estaba oculto en su corazón.
Aquellos que son iluminados y quienes han tocado la sabiduría hablan muy poco del tema. Son los que no saben los que discuten, no porque lo sepan, sino por tener dudas ellos mismos. Cuando hay conocimiento, hay satisfacción, no hay una inclinación a la disputa. Cuando uno disputa, es porque hay algo que no satisface. Nada hay en este mundo, riqueza, rango, posición social, poder o aprendizaje, que pueda entregar tal suficiencia como sí lo hace la más pequeña cantidad de conocimiento espiritual; y en el momento en que una persona tiene esa suficiencia, no puede ya dar un paso más hacia delante. Se postra de rodillas en aquel lugar donde se encuentra, pues la sola idea de la realización espiritual radica en la auto-negación.
El ser humano ha de realizarse a sí mismo, o bien como algo, o bien como nada. En esta realización de la nada está la espiritualidad. Si uno tiene un ínfimo conocimiento sobre las leyes inherentes a la naturaleza y se siente orgulloso de saberlo, o si uno tiene algún sentimiento de pensar “¡Qué bueno soy!, ¡qué amable!” (o cuán generoso, bien educado, influyente o atractivo), la más leve idea de algo por el estilo que llegue a la mente cierra las puertas hacia el mundo espiritual. Es un camino tan fácil de andar, y aun así tan difícil. El orgullo es lo más natural del ser humano. Puede negar una virtud mil veces con palabras, pero no puede evitar admitirla con sus sentimientos, pues el ego mismo es orgullo. El orgullo es el ego; el ser humano no puede vivir sin él. Con el fin de llegar al conocimiento espiritual, de hacerse más consciente de la vida interior, una persona no requiere aprender mucho, porque solo tiene que conocer lo que ya sabe; solo a ella le corresponde descubrirlo en sí misma. Para la comprensión del saber espiritual una persona no necesita conocer nada más que a sí misma. Adquiere el conocimiento del yo que se encuentra en sí misma, tan próximo y sin embargo tan distante.
Otra cosa que se observa en el amante de Dios es la misma tendencia de quien ama a un ser humano: no habla de su amor con nadie; no puede hablar al respecto. El ser humano es incapaz de decir cuánto ama a quien ama; no hay palabra que pueda expresarlo, y además no se siente inclinado a hablarlo con nadie. Aún si fuera capaz [de expresarlo], en presencia de su amado cerraría los labios. ¿Cómo entonces puede el amante de Dios hacer una declaración como “yo amo a Dios”? El verdadero amante de Dios mantiene su amor silenciosamente oculto en su corazón, como una semilla sembrada en la tierra, y si la plántula crece, lo hará en sus acciones hacia sus semejantes. No podrá actuar más que con amabilidad, no podrá sentir más que perdón; cada movimiento que realice, cada cosa que haga, hablará de su amor, pero no sus labios.
Esto muestra que el mayor principio por seguir en la vida interior es la modestia y el silencio, sin hacer muestra alguna de sabiduría, sin una manifestación de conocimiento, sin deseo alguno de hacer que otros sepan cuánto se ha progresado, ni siquiera haciéndose a sí mismo notar cuán lejos se ha llegado. La tarea por cumplir es el completo olvido de sí mismo y la armonización con el prójimo; actuar en concordancia con todo, tratar a cada quien en su propio plano, hablar con cada quien en su propio idioma, respondiendo a la risa de nuestros amigos con una sonrisa, y el sufrimiento de otros con nuestras lágrimas, apoyando al amigo en su alegría y en su pena, cualquiera que sea el propio grado de evolución. Si una persona durante su vida se vuelve como un ángel, habrá conseguido muy poco. El logro más deseable para una persona es cumplir con las obligaciones de la vida humana.
Continuará…
Traducido por Vadan Juan Camilo Betancur Gómez