Hazrat Inayat : La vida interior pt. XII
Hazrat Inayat Khan continúa describiendo el crecimiento paradójico tanto hacia adelante como hacia atrás de la persona que avanza en el camino espiritual. La publicación anterior está aquí.
A medida que el alma espiritual avanza, comienza a mostrar los rasgos reales de la humanidad, pues aquí comienza la verdadera humanidad. Podemos ver en tal alma los signos que son las características puras del ser humano, desprovisto de rasgos animales. Por ejemplo, hay una tendencia a apreciar cada pequeño acto de bondad de cualquier persona, a admirar el bien doquiera que se vea en cualquier persona: una tendencia a simpatizar, cualquiera que sea la condición de una persona, santa o pecadora; una tendencia a interesarse en los asuntos de sus amigos cuando se lo pide; una tendencia a sacrificarse, sin considerar lo que se sacrifica, siempre que la lleve a hacer esa acción. Respeto, gratitud, sinceridad, resistencia, todas estas cualidades comienzan a mostrarse en el carácter de esa persona. Es en este estado que verdaderamente puede juzgar, porque en este estado se despierta el sentido de justicia.
Pero a medida que crece también continúa a crecer hacia atrás. Ahora muestra los signos del reino animal; por ejemplo, una cualidad como la del elefante, que, con toda su fuerza y poder de un bulto gigante, está dispuesto a soportar la carga que se le ponga; el caballo que está listo para servir al jinete; y la vaca que vive armoniosamente en el mundo, regresa a casa sin que la empujen, ofrece la leche que pertenece a su ternero. Estas cualidades llegan a la persona espiritual. Lo mismo ha sido enseñado por Cristo.
Cuando avanza un poco más, incluso ahí se desarrolla en ella la cualidad del reino vegetal, de las plantas que ofrecen frutos y flores; esperando pacientemente la lluvia desde arriba; sin pedir nunca nada a cambio de quienes cosechan flores y frutas, entregando y nunca esperando recibir nada a cambio, deseando solo dar lugar a la belleza de acuerdo a la capacidad que está oculta en ellos, y permitiendo que la tome el que lo merece y el que no lo merece, quien sea, sin ninguna expectativa de apreciación o gratitud.
Y cuando la persona espiritual avanza incluso más, llega al estado del reino mineral. Se convierte en roca; una roca para que los demás puedan apoyarse, confiar: una roca que se mantiene inmóvil en medio de la marea constante del mar de la vida; una roca para soportar todas las cosas de este mundo cuya influencia tiene un efecto discordante sobre los seres humanos sensibles; una roca de constancia en la amistad, firmeza en el amor, lealtad ante todo ideal por el que se ha puesto de pie. Podemos fiarnos de ella a lo largo de la vida y la muerte, aquí y en el más allá. En este mundo donde nada es fiable, que está lleno de cambios a cada momento, tal alma ha llegado al estado en el que muestra la cualidad de la roca a través de todos estos cambios, probando con esto su progreso al mundo mineral.
Su siguiente progreso es hacia la cualidad de los jinn, la que representa el conocimiento de todo, el entendimiento de todo. No hay nada que no pueda comprender; por difícil que sea la situación, por sutil que sea el problema, cualquiera que sea la condición de aquellos a su alrededor, todo lo entiende. Una persona puede acercase a ella endurecida por los errores cometidos en su vida; ante este entendimiento se derrite, pues ya sea amigo o enemigo, entiende a ambos. No solo tiene el conocimiento de la naturaleza humana, sino también de los objetos, de las condiciones de vida en general en todos sus aspectos.
Y cuando avanza aún más, su naturaleza se desarrolla en la de un ángel. La naturaleza del ángel es la de ser adorador. Por tanto, adora a Dios en todas las criaturas; no se siente superior o mejor o más espiritual que nadie más. En esta realización es el adorador de todos los nombres y formas que hay, porque considera que todos son nombres y formas de Dios. No hay nadie, por más degenerado o humillado por el mundo, que sea menos ante sus ojos. A sus ojos no existe nadie más que el Ser divino; y de esta manera cada momento de su vida lo dedica a adorar. Para ella ya no es necesario adorar a Dios a cierta hora, o en cierta casa, o de cierta manera. No existe un momento que no esté en adoración. Cada momento de su vida está en adoración, está frente a Dios; y al estar frente a Dios en cada momento de su vida se purifica tanto que su corazón se convierte en un cristal donde todo es claro. No se refleja ahí, nadie puede ocultar sus pensamientos de ella, nada se le oculta; todo es tan claro como para la otra persona, y aún más. Porque cada persona conoce su propia condición y sin embargo no la razón, pero el ser espiritual en este estado conoce la condición de la persona y la razón detrás de esta. Por eso, conoce más acerca de la persona de lo que la persona conoce de sí misma.
Es en este estado que su progreso culmina y llega a su plenitud; y Cristo ha hablado acerca de esto en sus palabras: “Sed perfectos, como su Padre en el cielo es perfecto”. Cuando llega ese estado, está más allá de toda expresión. Es un sentido, es una realización, y es un sentimiento, que las palabras no podrán nunca explicar. Sólo hay una cosa que se puede decir, que cuando una persona ha alcanzado ese estado que se llama perfección, sus pensamientos, palabras, acciones, su atmósfera, todo se vuelve productivo de Dios; esparce a Dios en todas partes. Incluso si no habla, aún así esparcirá a Dios; si no hace nada, aún así traería a Dios. Entonces, los que han realizado a Dios, traen al mundo al Dios viviente. En la actualidad, existe en el mundo solo una creencia en Dios; Dios existe en la imaginación, en el ideal. Es tal alma, la que ha tocado la Perfección divina, la que trae a la tierra al Dios viviente, quien sin ella permanecería sólo en los cielos.
Continuará …
Traducido por Darafshan Daniela Anda