Hazrat Inayat: El Mensaje y el Mensajero, parte II
Hazrat Inayat Khan continúa con su enseñanza sobre la figura del mensajero que ha venido una y otra vez a responder al clamor de la humanidad. La primera publicación de la serie está aquí.
Una cosa es amar y otra cosa es comprender. El que ama al mensajero es un devoto; pero el que conoce al mensajero es su amigo. Hay una tendencia en la raza humana que ha aparecido en todas las épocas: lleva al hombre a aceptar cada expresión del mensaje que se le ha dado, a ser conquistado por él, bendecido por él, y, sin embargo, a no reconocer quién es el mensajero. Los seguidores de cada forma del mensaje profesan devoción a su Señor y Maestro, por cualquier nombre que haya tenido en el pasado, pero no necesariamente conocen al Maestro. Lo que conocen es el nombre y la vida del Maestro que les ha llegado a través de la historia o la tradición; pero más allá de eso saben muy poco de él. Si el mismo viniera en otra forma, con un atuendo adaptado a otra época, ¿lo conocerían o lo aceptarían? No, ni siquiera lo reconocerían, porque no fue el mensaje sino la forma lo que aceptaron en el pasado: un cierto nombre o carácter, una parte pero no el todo.
Hay una historia sobre un gran sufi de la India, cuyo nombre era Usman Haruni. Era un murshid al que acudieron miles de discípulos, entre ellos muchas de las personas más eruditas y filosóficas de la época. Les enseñó las verdades más profundas del misticismo y, sobre todo, a adorar al Dios sin nombre y sin forma. Pero llegó un momento en que les dijo: ‘Hasta ahora he adorado según la tradición, pero ahora siento que debo ir y postrarme ante la imagen de la diosa Kali con toda humildad’. Sus alumnos se quedaron atónitos. Que él, cuya concepción de Dios había sido tan elevada, fuera a postrarse ante la horrible imagen de Kali, cuya adoración suponía quebrantar la ley de su religión, estaba más allá de lo que podían concebir, y les hizo temer que su maestro hubiera perdido la razón. Algunos incluso pensaron que estaba recorriendo el camino descendente.
Así que cuando el maestro fue al templo de Kali, sólo uno de sus discípulos fue con él, un joven cuya devoción por su maestro era muy grande. Mientras iban, el maestro le dijo a este discípulo: ‘Deberías volver. Ellos son muchos, y seguramente tienen razón; yo quizá esté equivocado’. Pero el joven todavía le seguía. Al llegar al templo, el maestro se sintió tan conmovido por los pensamientos que le sugería la imagen de la diosa, que se postró humildemente. Y el discípulo, de pie, miraba con simpatía al pensar cuántos seguidores había tenido su maestro, y cómo en un momento todos se habían apartado de él. Cuando el maestro se levantó, le dijo: «¿Todavía me sigues?». Y cuando el discípulo respondió que sí, el hombre santo le preguntó además: ‘¿Pero tal vez no entiendes por qué me sigues?’. Entonces el joven dijo: ‘Tú me has enseñado la primera lección del camino espiritual: que nadie existe excepto Dios. ¿Cómo puedo entonces excluir esta imagen de Kali, si tú eliges inclinarte y postrarte ante ella?
Continuará…
Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J.