Recientemente hemos estado mirando las enseñanzas de Hazrat Inayat Khan sobre la ley de la renuncia; la publicación más reciente se puede encontrar aquí. Es un tema que puede inquietar a los estudiantes, porque comenzamos a desconcertarnos sobre qué, si hay algo, deberíamos renunciar, y qué aspectos de la vida podemos dejar tal como están.
La necesidad de la renuncia en la vida
El dicho “no hay ganancia sin dolor”, cuando se interpreta correctamente significa que todo cuesta algo y tiene su precio; y es esta ley de la naturaleza la que nos enseña que, para cada tipo de logro en la vida, de lo más elevado a lo más bajo, la renuncia es necesaria. Puede ser en forma de paciencia, en forma de servicio, en forma de modestia, puede ser en forma de sacrificio; en cualquier forma que sea, tiene que ser para algún propósito. Para lograr algo en la vida uno siempre corre un riesgo o se encuentra con alguna pérdida. No parece que hay pérdida en presencia de una ganancia inmediata; pero en las cosas que toman tiempo ganar y las condiciones que requieren paciencia para su logro, una pérdida inmediata y aparente significa una amarga renuncia.
Por lo tanto, se justifica si una persona muestra tendencia a encontrar una razón antes de hacer una renuncia de cualquier tipo. Pero su dificultad es que no podrá lograr cosas que sean abstractas y que vayan más allá de la comprensión ordinaria, ya que no se arriesgará a renunciar a nada por tales logros. Y aquellos que renuncian sin razón también pierden; porque ellos renuncian y aun así no pueden ganar nada. Por eso el éxito de la renuncia radica en la renuncia misma; estar satisfecho con la renuncia, y no renunciar por ganancia. Solo esa renuncia es la renuncia que puede llamarse virtud.
Hay cuatro deseos que el hombre puede perseguir: placeres, riqueza, deber y Dios; y cada uno de estos logros cuesta algo, y nadie debería considerar que es posible alcanzar alguno de estos sin renuncia. Por lo tanto, aunque la renuncia es la última lección, uno debe comenzar a aprenderla desde el principio.
Traducido al español por Arifa Margarita Rosa Jáuregui