Hazrat Inayat: La Presencia de Dios pt II
Aquí concluye este texto más largo de Hazrat Inayat Khan sobre la presencia de Dios, iniciado aquí.
En todas las épocas, diversas religiones han ofrecido diferentes estándares del bien y el mal, llamándolos virtud y pecado. La virtud de una nación ha sido el pecado de otra; la virtud de esta última el pecado de la primera. Viajando tanto como podamos por el mundo, o leyendo las historias y tradiciones de cuantas naciones podamos, encontraremos todavía que lo que una llama malo, la otra lo llama bueno. Es por eso que nadie logra crear un estándar universal del bien y el mal. La distinción entre bien y mal está en el alma del hombre. Todo hombre puede juzgar eso por sí mismo, porque en todo hombre está el sentido de admiración de la belleza. Pero no está satisfecho con lo que él mismo haga, siente un malestar, un disgusto con sus propios esfuerzos. Hay muchas personas que continúan con una debilidad o un error, o que están intoxicadas por una acción que el mundo llama maldad o que ellas mismas llaman maldad, y sin embargo continúan haciéndolo; pero llega el día en que también sienten disgusto. Entonces quisieran suicidarse. No existe más felicidad para ellas. La Felicidad consiste únicamente en pensar o hacer lo que consideramos bello. Tal acción se convierte en virtud, bondad; esa bondad es belleza.
¿Qué es la belleza? Vemos belleza de forma, y belleza sin forma; belleza de pensamiento, belleza de sentimiento, belleza de ideal. No solamente vemos belleza en las flores y frutas y árboles, vemos una belleza aún mayor en la imaginación y los pensamientos. Sentimos que podemos dar toda nuestra riqueza o vida por un bello pensamiento o un bello sueño.
En la antigüedad se reconocía mucho a los poetas, los escritores, los pensadores, que expresaban belleza en poesía y escritura. Sin embargo, llegamos a darnos cuenta de que nunca podremos dar suficiente reconocimiento a la belleza de pensamiento o a la belleza de imaginación. Pero existe una belleza aún mayor: el sentimiento de bondad, de autosacrificio, de devoción, de amor. La belleza que ha estado tan arraigada en el mundo que nunca muere; la belleza que se evidencia en la vida de Cristo, el perdón, el amor por la humanidad, la bondad, la humildad, nada puede comparársele, es tan grandiosa. Por eso, no puede limitarse a un nombre o forma o al mundo exterior.
Hay belleza de pensamiento, y gran belleza de emoción, de sentimiento, de bondad, de autosacrificio, de desinterés. Y todavía el alma puede hacer un progreso aún mayor: la búsqueda de la fuente de belleza. Se ha dicho, ‘La ofrenda no es nada sin el que ofrece.’ Sin duda, es una belleza escuchar la composición de un gran músico, pero al mismo tiempo existe el deseo en el corazón de conocer al compositor y agradecerle en persona. ¡Qué satisfacción, cuando no sólo hemos escuchado la música sino hemos visto al compositor! Podemos decirle cuan encantados estamos, y cuanto nos ha gustado su música. O cuando hay un cuadro que hemos admirado; pero sería una dicha aún mayor poder decirle al pintor cuanto lo disfrutamos. Así es con el amor a la bondad: esa unión constante de bondad, el gusto continuo de mirar la bondad en todos, la conciencia constante de hacer el bien al otro, el gozo constante de nuestra propia bondad. No hay límites para este progreso. Podríamos decir, ‘Esta bondad pertenece a mi padre, a mi madre, a mi amado, a mi amigo, a mi conocido, a un extraño.’ Pero cuando todo se agrega, ¿A quién pertenece? ¿No hay alguien a quién podamos agradecer por ello?
Una persona puede ver distintos lugares y palacios, hermosos jardines y museos, y conocer todo tipo de gente; pero ¿sería ese su deseo final? No, sería conocer al rey. ‘¡Si tan sólo pudiera saludarlo!, pues todo cuanto que he visto y admirado hace que quiera conocer al soberano.’
Podemos haber mantenido correspondencia por mucho tiempo con alguien a larga distancia. En cada carta leemos cosas encantadoras y admiramos sus pensamientos. ¿No sería el más grande placer ver a esa persona y estar frente a ella? Entonces, a la larga el deseo de toda alma es estar en presencia del Dueño de la belleza, a quien toda belleza y bondad pertenece.
Sea que veamos este hecho desde la religión, la filosofía o la ciencia, desde cualquier punto, no hay diferencia. Hay una sola conclusión: que toda la vida, con todas sus manifestaciones y variedad, es simplemente la manifestación de una vida. El creyente y el no creyente estarán de acuerdo en que hay una vida detrás de todo, una fuente de toda la manifestación; una vida constante que es un estímulo, un alimento, una fuente y un objetivo para toda la manifestación. Nadie que lo vea con sentimiento, pensamiento, emoción, y admiración, podría negar que la mayor alegría sería descubrir la fuente de toda la belleza y bondad que hemos admirado y buscado por toda la vida en nuestro progreso a lo largo del camino.
Sin duda habrá quienes estén tan absortos en sus deseos y ocupaciones diarias que no se sientan inclinados a ir tras esa fuente; aun así, un anhelo inconsciente de alcanzar esa fuente está siempre presente. Si no es estar frente a frente con el Señor, sería un ideal: si uno es aficionado a la música, ver al compositor; si uno es aficionado a la pintura, ver al artista; si se está interesado en la reforma, ver al líder de la reforma; si se admira a grandes personajes, ver al más grande hombre que exista. Lo que sea que atraiga al hombre, siempre estaremos muy contentos de ver a la persona a quien puede identificarse con lo que admiramos.
Pero ¿cómo podemos estar frente a frente con la Deidad, que no tiene forma, que no tiene nombre, a quien no podemos imaginarnos, con quien nunca podemos soñar? Esta es una pregunta que, a menos que se resuelva, una persona que asegure estar frente a frente con su Señor sólo está pretendiendo. Pero solo podremos responder esta pregunta cuando hayamos descubierto si la Deidad es un ser separado, o si no tiene forma ni nombre y está por sobre todas las limitaciones.
Sin duda es el deseo de la presencia de Dios lo que da cuenta de la tendencia del hombre a crear ídolos y adorarlos. Fue el deseo de ver a la Deidad y de adorarla lo que hizo al hombre estar frente al sol y adorarlo, estar frente a un árbol y adorarlo. Pero esto no pudo satisfacerle, porque estaba adorando a una cosa limitada. En realidad, la primera lección acerca de la presencia de Dios es, como un filósofo dice, ‘Si no tienes un dios, haz uno para ti.’ ¡Cuán cierto es que antes de llegar a la verdadera concepción de Dios, lo primero es construirlo en nuestro corazón! [En inglés] la palabra Dios tiene el mismo origen que la palabra bueno, pero su origen en hebreo significa ‘ideal.’
¿Qué es ideal? Ideal es algo que nosotros creamos. Cuando creemos que una persona es muy buena, pensamos en esa bondad; rodea a esa persona, y nuestra tendencia artística e idealista ayuda a pintar esa bondad tan hermosa como podamos. Podemos coronarla con nuestra facultad artística; eso se conoce como ideal. Cuando un hombre desea que alguien sea malvado, pinta su maldad y todo lo malo que hay ahí; lo hace un ideal de maldad. Cuando piensa en su madre o amigo, pinta hasta crear el ideal de bondad. Nadie puede pintarlo para ti tan bien como puedes hacerlo por ti mismo.
Se cuenta sobre Majnún, el gran amante de Persia: ‘Oh, Majnún,’ dijeron, ‘tu chica no es tan hermosa como crees. Estás sacrificando tu vida; te afliges por siglos y siglos por esa jóven; pero ella no es tan hermosa.’ Majnún respondió, ´Deberías ver a mi Layla con mis ojos; son los ojos de mi corazón lo que necesitas. Mi corazón ha creado a mi Layla.´ A eso se llama un ideal; y el ideal de perfección lo hace hermoso.
El ideal de la perfección es el ideal de Dios, y nos volveremos a él en nuestros problemas o preocupaciones o miedos. Si tememos a la muerte, pero tenemos ese ideal a nuestro lado; nos sentimos protegidos. Si algo nos decepciona, aún tenemos ese ideal a nuestro lado, para reafirmarnos; decimos, ‘No me importa, no estoy realmente decepcionado; porque Tú estás presente en mi corazón; siento Tu presencia; Te has convertido en mi ideal.’ Cuando hay problemas, dolor, pobreza, dificultad, o soledad, en todas estas cosas de las que nadie en el mundo puede escapar, ahí está Él junto a nosotros. Mientras más envejecemos, más lo sentimos, ‘Mientras pueda ser de utilidad para el mundo, el mundo me querrá. Tan pronto no pueda ofrecer ningún servicio, no sea útil, el mundo se cansará de mí, no me querrá. El mundo quiere aquello que no soy yo. Si soy adinerado, el mundo está tras mi riqueza, no me quiere a mí; si tengo una posición alta, el mundo está tras de mi por mi posición, no por mí mismo. El mundo va tras cosas falsas. El mundo es falso. La única protección frente a eso es tener ese ideal de Dios vivo y presente constantemente. Puedo estar satisfecho con ese ideal, y tener descanso y paz; no solo en la tierra, sino incluso en el más allá estaré en los brazos de la Divinidad.’
Nadie puede ser tan querido, tan cercano, ni los hijos, esposo, esposa, ni amigos, como ese perfecto Ideal. Ese Ideal nunca fallará. Siempre estará con nosotros aquí y en el más allá. Le pertenecemos. Por Él vinimos; a Él regresamos. Al sentir la presencia de ese Ideal siempre en nuestros corazones, sentimos brotar todo tipo de belleza, todo impulso, pensamiento e imaginación, de todo cuanto sale de nosotros o lo que vemos a nuestro alrededor. Al final todo lo identificamos con Dios. Para la persona que crea la presencia de Dios, toda la vida a su alrededor se convierte en una sola visión de la Inmanencia de Dios.
Traducido por Darafshan Daniela Anda