Musharaff : Mi Madre, parte II
Continuamos con los recuerdos de Pir-o-Murshid Musharaff Khan sobre su madre, Khadija Biy, iniciados aquí. Sus recuerdos nos dan algunos indicios sobre el entorno familiar que ayudó a formarlo a él y a su hermano mayor Hazrat Inayat Khan.
Ciertamente, la vida de mi madre estuvo dedicada a sus hijos, y al educarlos se interesó especialmente por la enseñanza psicológica de la religión hindú, que entre nosotros se degrada con demasiada frecuencia en formas que se han convertido en supersticiones sin sentido. Pero bajo estas formas externas yacen profundas verdades y conocimientos de la naturaleza humana.
La impresión lo es todo. Este es el motivo subyacente de tantas celebraciones hindúes. Al educar a sus hijos y formar su carácter, nuestra madre se esforzaba por evitar sugestiones feas y malsanas de cualquier tipo, y por fomentar impresiones felices.
Los niños son especialmente susceptibles a las impresiones. Son como placas fotográficas sensibles. Captan rápidamente un gesto, un movimiento, una inflexión de voz y las impresiones que reciben inconscientemente a veces dejan una huella aún más profunda en la mente infantil. Por ejemplo, el hindú cree que es muy importante tener en cuenta el carácter de las personas que atienden a un bebé, una idea que, creo, no se les ocurriría a muchas madres europeas cuidadosas que, por lo demás, son muy exigentes con las condiciones de sus guarderías. Todos estos detalles interesaban a nuestra madre, que sólo deseaba la felicidad para sus hijos. También sabía mucho de las enseñanzas hindúes sobre las cualidades del carácter y los hábitos mentales y de conducta, que traen la felicidad y la prosperidad en la vida. Porque la religión hindú, cuando se entiende, se muestra profundamente psicológica, e incluso científica en su análisis de los tipos humanos y su comprensión del carácter y la vida humana.
Tenía una costumbre, que puede llamarse superstición, pues colgaba un cordón negro alrededor del cuello de sus hijos para protegerlos del mal. Esta costumbre es muy parecida a la que se observa en Occidente de colgar medallones o imágenes sagradas alrededor del cuello de los niños.
Yo era un niño pequeño cuando murió mi madre [alrededor de los siete años de edad – ed.] y sólo recogí algunas impresiones sobre ella. Una vez, debe haber sido poco después de su muerte, era justo en el crepúsculo cuando yo estaba en la cocina, la empleada debió irse por un momento, y tengo un débil recuerdo de que vi a mi madre en el crepúsculo, su rostro, y me llamó por mi nombre. No pude expresarme y cuando la empleada regresó estaba llorando. Me llevó ante mi abuela, que me cogió y me consoló. Recuerdo que corrigió a la empleada diciéndole: “No debiste dejarlo solo”. Yo no podía expresarme, pero sentí que mi abuela había entendido lo que había pasado.
Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J.