Cuentos: Todos deben servir
Sucedió una vez que el rey de cierto país ordenó a todos los jefes de todos los pueblos que acudieran a su corte y asistieran a una asamblea. Eran tantos que no pudieron entrar en la sala del trono real; en su lugar se reunieron en en el patio del palacio, y allí se dirigió a ellos el rey.
“¿Saben por qué los he convocado aquí?”, preguntó el rey.
Todos los jefes de la aldea se miraron entre sí y luego negaron con la cabeza.
“¡Están aquí para que les diga que ustedes y toda la gente de sus aldeas son siervos! Todos los habitantes del reino son mis siervos. Sólo yo no soy un siervo. No sirvo a nadie”.
Se hizo el silencio mientras los líderes de la aldea pensaban en esto. Entonces un anciano, apoyado en un palo, dijo: “Pero su majestad, eso no es así. Todos los hombres se sirven unos a otros”.
“¿Qué?”, dijo enfadado el rey. “¿De qué estás hablando? Yo no sirvo a nadie”.
El anciano repitió: “Es cierto para todas los habitantes de su reino, majestad. Todos los hombres se sirven unos a otros”.
El rey se puso furioso. “¿Dices que yo – ¡yo, el rey! – sirvo a alguien? Jamás.
Demuestra lo que dices, ¡o paga con tu vida!”
El anciano respondió: “Acepto su desafío, alteza. Y en mi pueblo, cuando aceptamos un reto, nuestra costumbre es tocar los pies de la otra persona”. Él avanzó cojeando hasta situarse ante el rey. “Ahora debo tocarle los pies. Sostén mi bastón”.
El anciano se arrodilló trabajosamente, tocó los pies del rey y luego dijo. “Ya está he tocado los pies de su majestad. Devuélvame mi bastón”.
El rey devolvió el bastón al jefe de la aldea, que se puso en pie con la ayuda de su bastón. Entonces el anciano dijo: “¿Necesita alguna prueba más?”.
El rey, desconcertado, dijo: “¿De qué estás hablando?”.
“Sostuvo mi bastón para que pudiera arrodillarme y tocar sus pies. Me dió el bastón cuando lo necesité para levantarme. Es la prueba”, concluyó, “de que todos los hombres, incluido el rey, se sirven unos a otros”.
Traducción al español por Arifa Margarita Rosa Jáuregui