Cuentos: los pretendientes pretenciosos
Hubo una vez una princesa de la más extraordinaria belleza. Aunque se mantenía a sí misma encerrada, de algún modo su reputación se había difundido, y muchos pretendientes llegaban a su palacio, esperando que se les permitiera entrever al menos un destello de ella. La princesa no admitía que la vieran, pero tenía por costumbre acceder a que algún pretendiente le enviara una nota, a través de una cortesana que se la llevaba a sus aposentos.
Cada día la asistente leía las notas a la princesa, quien escuchaba atentamente, pero cada una la rechazaba. “Son tan pretenciosos, tan llenos de orgullo”, decía ella a su asistente, “sus palabras solo hablan de ellos mismos. Este no es el lenguaje de un amante”.
Pero un día, la cortesana llegó con una nota y le dijo: “su alteza, quizá este pretendiente sea mejor. Esta nota parece mostrar modestia”.
“¿Ah, sí? Léemela”, dijo la princesa.
La cortesana abrió la nota y leyó: “su alteza, este pretendiente es menos que un grano de polvo, demasiado pobre y lleno de faltas como para merecer vuestra atención, y atreverse a escribiros seguramente es otra falta”.
“Suficiente”, dijo la princesa, “él no es mejor que los otros”.
La asistente miró sorprendido a la princesa. “Pero él se postra ante sus pies, alteza. ¿No es eso modestia?”.
“Él está hablando sólo de su modestia”, dijo la princesa, “si él fuera en verdad modesto, no se mencionaría a sí mismo en absoluto”.
Traducido por Vadan Juan Camilo Betancur Gómez