Cuentos: Narada y la lección de la vina
Se cuentan muchas historias del gran devoto y sabio, Narada o Narada-muni (una de ellas fue publicada aquí). Además de ser un devoto versado y un meditador profundo, también fue un músico supremamente talentoso. Se dice que sabía de la ciencia de la música, y cuando tocaba la vina, hasta las estrellas de los cielos escuchaban.
Luego, no es una sorpresa que una vez el propio Señor Krishna le pidió a Narada que viniera a tocar en su boda. Y quizás, a pesar de todas sus austeridades, Narada todavía retenía una pizca de orgullo en alguna parte de su interior porque estaba complacido de ser distinguido de este modo. Con gran dignidad, puso un traje impecable y, llevando su preciosa vina, se puso en camino hacia la boda.
Sin embargo, cuando llegó, se sorprendió al descubrir que la boda se celebraba, no en un reluciente palacio adecuado para una deidad, sino en una aldea muy humilde de rebaños de vacas, muy lejos en el campo. Krishna le dio la bienvenida en una sencilla cabaña, con piso de tierra, paredes de greda y un techo de paja.
Cuando Krishna le pidió que tocara, Narada se sintió incómodo. Pensó que su música no encajaba en ese ambiente y que su inspiración sería demasiado elevada para los aldeanos. Así pues, inventó alguna excusa diciendo que, luego del viaje, primero debía prepararse; pero Krishna no se dejó engañar y dijo con una breve sonrisa: “Entonces quizás podrías prestar tu vina a otro”. Y señaló a uno de los aldeanos, un anciano que había pasado toda su vida cuidando vacas.
Cuando el campesino se acercó, Narada se llenó de ansiedad por su delicado instrumento, pero el anciano levantó la vina tan suavemente como si fuera un bebé dormido, y respetuosamente la tocó con su frente. Entonces, con una profunda reverencia, se sentó en una roca bajo un árbol y comenzó a rasgar las cuerdas muy delicadamente. Luego de un momento, con una voz dulce, empezó a cantar nombres divinos con extrema devoción.
Un profundo silencio cayó sobre aquellos que estaban escuchando y toda la naturaleza permaneció en calma. Los pájaros se callaron y la briza olvidó moverse. Cada corazón se abrió, y aún la roca en la que el anciano estaba sentado se ablandó por la hondura de su canción.
Por fin, el viejo dejó de tocar. Con reverencia y respeto dejó la vina sobre la piedra donde había estado sentado, y se retiró.
A una señal de su divino anfitrión, Narada se adelantó para levantar su vina y tocar porque ahora se sentía sublimemente inspirado – pero para su asombro, era incapaz de levantar la vina. La piedra, que había sido suavizada por la devoción del anciano, nuevamente estaba dura, y la vina había quedado fuertemente atrapada en su abrazo.
“Narada muni”, dijo Krishna, “¿puede tu música liberar la vina de su prisión?”
Sintiéndose desafiado, Narada cantó, pero para su vergüenza, a pesar de toda su destreza la roca permaneció tan dura como siempre. Trató diferentes ragas, cada una más elevada que la anterior, pero todo fue en vano. Fue solo cuando se le pidió al anciano que rasgue la vina una vez más y derrita al mundo con su devoción que Narada pudo recuperar su instrumento.
Traducido por Inam Anda