Tales : The Merchant’s Warehouse (Spanish version)

Cuentos: El Almacén del comerciante 

Había una vez un comerciante cuyo nombre era Abdul Aziz. Era hábil en su oficio, por el cual, a través de muchos años, había adquirido considerable riqueza y reputación. Entre sus asociados era considerado un sólido pilar de la comunidad. 

Un día, caminando por las calles de su ciudad, Abdul Aziz encontró por casualidad a un derviche sentado en las escaleras de una mezquita. Sin pensarlo mucho sacó una moneda de su bolsillo y la colocó en la palma del derviche. Pero antes de que pudiera seguir caminando, el derviche le agarró la manga y lo detuvo. 

“Un momento, hermano”, dijo el derviche, mirándolo con una mirada penetrante. “¿Sabes a dónde vas?”. 

La repentina pregunta sorprendió a Abdul Aziz. “Claro”, dijo, “voy a mi almacén”. 

“Oh sí”, dijo el derviche. “Tu almacén. Ahí es donde vas a ir”. Pero no soltó la manga del comerciante. “Y cuando llegues allí, querrás tener esto contigo”. Y sacó de algún sitio un pequeño amuleto de plata. “Tómalo”, ordenó. “Contiene una semilla del árbol de los deseos”. 

Perplejo, Abdul Aziz tomó el pequeño objeto. Era un hombre práctico, y los amuletos no significaban mucho para él. Y menos aún creía que existiera tal cosa como un árbol de los deseos. Pero tras haberle puesto el objeto en la mano, el derviche estaba ahora ocupado con sus cuentas, murmurando palabras sagradas para sí mismo, y no era posible seguir conversando. Desconcertado, el comerciante miró una vez más la cara distraída del derviche, y luego dejó caer el amuleto en su bolsillo y siguió caminando. 

Al final de la calle, Abdul Aziz giró hacia el estrecho y sombrío callejón que conducía al almacén donde hacía sus negocios, pero a mitad del trayecto, encontró su camino bloqueado por algo grande y oscuro que no podía ver muy bien. Al acercarse, con sus pasos resonando contra los muros de piedra, la forma parecía esparcirse y moverse hacia él, y una voz desde dentro de la oscuridad dijo: “Abdul Aziz. Tienes una cita. Ven”. 

“¿Una cita?” dijo Abdul Aziz alarmado, cuando la oscuridad comenzó a envolverlo, “¿Quién eres? ¿Qué cita? ¿Qué quieres decir?”. 

“Ven”, repitió la voz, y en un instante la oscuridad fue completa. Abdul Aziz ya no conocía el callejón ni su pueblo. 

Después de un tiempo incalculable, otra voz dijo: “Abdul Aziz, estás en el lugar del juicio”. 

El comerciante miró a su alrededor. Ante él estaba una figura alta con un rostro hermoso, vestida con luz, y Abdul Aziz vio que estaban en la entrada de lo que parecía ser un almacén, con su propio nombre en letras grandes en la parte delantera. 

“Aquí está contenido el registro de tu vida”, dijo la figura, abriendo camino hacia el interior. “Todo lo que has hecho, todo lo que has logrado está almacenado aquí. Aquí es donde vendrán los jueces. Lo que encuentren decidirá tu destino para la eternidad”. 

Las palabras tenían una finalidad escalofriante. “¡Mi destino para la eternidad!”, pensó el comerciante. “Pero… seguramente he llevado una buena vida… He trabajado duro y no soy una persona malvada, ¿verdad?”. 

En la oficina de la entrada del almacén, Abdul Aziz vio artículos que le parecían familiares. Había retratos de su familia y algunos conocidos en una pared; en un estante, había una pila desordenada de cartas, la mayoría correspondencia de negocios, de su puño y letra; en una esquina había una polvorienta pila de libros de contabilidad. Aquí y allá había algunos lujos que recordaba – una alfombra, una fina bata – pero la habitación se sentía vacía y sin vida, como la oficina olvidada y en desuso de alguien más. 

Sobre una mesa había un pequeño cofre de plata que no reconoció. “¿Qué es esto?” preguntó, y la figura dijo, “Tus dones de caridad”. Abriéndolo, Abdul Aziz encontró pequeños trozos de papel, y uno encima con la anotación, “Una moneda para el derviche Shamsalddin”. 

Abdul Aziz miró alrededor de la habitación. No parecía ser mucho para toda una vida. No sabía cuáles eran los criterios de los jueces, pero como comerciante de toda la vida, que había aprendido a sopesar el valor de lo que observaba, su propio juicio era: no hay mucho valor. Sintió una frialdad que rodeaba su corazón. ¿Era esto todo lo que había hecho con su vida? 

Pero entonces, de repente, vio una puerta con cortinas en la parte de atrás de la oficina, y pensó, “¡Sí! ¡Detrás de la oficina hay un depósito también!” Empujando a un lado la cortina, se asomó al espacio oscuro y cavernoso. Para su alivio vio cajas, paquetes y cestas de todas las formas, apiladas hasta el techo y que se extendían más allá de la vista. ¡Abundancia! Pero no podía ver lo que contenían. 

“Por favor, dígame, ¿qué hay aquí?”, preguntó ansiosamente. 

“Imposible de decir”, fue la respuesta. “Estas fueron oportunidades, pero todas sin abrir, todas sin cumplir, y por lo tanto lo que podrían haber sido es desconocido”. 

Abdul Aziz miró horrorizado a su compañero. “¿Tantas oportunidades? ¿Sin cumplir?” Un comerciante se ganaba la vida con las oportunidades. ¿Cómo podía haber dejado escapar tantas? 

“Oigo a los jueces en la puerta”, dijo su compañero. “Ven, Abdul Aziz. Es hora de enfrentar tu juicio”. 

El comerciante miró frenéticamente a su alrededor, buscando una escapatoria. “¡Espera! ¡Todavía no!” dijo. “Un poco más de tiempo”, suplicó. 

“El momento ha llegado”, dijo la figura, y le instó a ir hacia el frente del almacén. 

Abdul Aziz echó una última y angustiosa mirada al enorme y sombrío almacén, y dijo desesperadamente: “Desearía tener más tiempo…” 

Y a través de su ropa sintió cosquillear con vida el amuleto que le dio el derviche. Un momento después, Abdul Aziz se encontró de nuevo en el callejón que conducía a su lugar de trabajo. 

Pero el comerciante no continuó hacia su almacén. Cuando se dio cuenta de dónde estaba, se apoyó en la pared para recuperar el aliento por un momento, y murmurar una oración de agradecimiento. Luego volteó abruptamente y se apresuró a volver a la vieja mezquita. Con todo su corazón esperaba encontrar al derviche todavía sentado allí. 

Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J. 

3 Replies to “Tales : The Merchant’s Warehouse (Spanish version)”

  1. Hajiri

    Amado Murshid,
    Leo el cuento y me quedo pensando… Pediré más consciencia, no importa en que empaque venga: Tiempo, corazón, no se, en el empaque que venga.

    Gracias por tantas enseñanzas de manera tan amorosa.

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