Cuentos: El culto al mazo
Érase una vez en la India un hombre llamado Ponnan, casado con una mujer llamada Bindi. Aunque eran pobres, Ponnan era incapaz de controlar su generosidad, y a menudo invitaba gente a su casa a tomar el té o a comer. Incluso recibía a gente a la que apenas conocía, lo que le complicaba la vida a Bindi, que tenía que servir de alguna manera a sus invitados cuando no había nada que comer en la casa.
Un día, Bindi miró por la ventana y vio a lo lejos a tres caballeros muy bien alimentados. Supo enseguida que eran nuevos conocidos de su marido que venían a divertirse, y como ese día no tenía ni una hoja de té a la mano, se horrorizó. Pero entonces -tal vez la guía divina le susurró al oído- tuvo una idea. Inmediatamente corrió a buscar el mortero y el mazo que utilizaba para machacar el arroz, y empezó a hacer preparativos.
Cuando llegaron los tres caballeros y ella les abrió la puerta, se sorprendieron al ver el mortero y el mazo dentro de la casa, preparados como para el culto. “Qué extraño”, dijo uno de ellos. “¿Su familia adora al mortero y al mazo? Nunca hemos oído hablar de algo así”.
“Es mi marido”, respondió Bindi. “Es una creencia inusual, pero está en su familia y no quiere renunciar a ella. Causa un sinfín de problemas, porque el mazo requiere el sacrificio de sangre humana”.
“¿Sangre humana?”, dijo otro de los invitados. “¡Eso es terrible!”
“Ah, sí”, dijo Bindi. “Y como los vecinos que nos conocen ya se niegan a visitarnos, ahora mi marido invita a extraños a casa. Entonces les golpea en la cabeza con el mortero, lo justo para sacarles sangre, claro, no suele matarlos. Pero luego soy yo quien tiene que limpiarlo todo”.
Pero los tres caballeros ya no escuchaban. Se estaban alejando de la casa tan rápido como les permitían sus piernas.
Mientras corrían, Ponnan llegó a la puerta principal. “¿Por qué se van?”, preguntó a su mujer.
“Querían el mazo, pero me negué a dárselo”.
“¿Qué? ¡Pero claro que tienes que dárselo!”. Ponnan cogió el mazo y corrió tras los hombres, agitándolo en el aire. “¡Regresen, regresen! ¡Aquí está el mortero esperándolos! Se los daré”.
Gritaron: “¡No, no lo harás!”, y, corriendo aún más rápido, desaparecieron de la vista.
Tal vez se corrió la voz de este incidente en el vecindario, porque el número de personas dispuestas a disfrutar de la hospitalidad de Ponnan disminuyó drásticamente. Y aunque Ponnan ni una sola vez adoró al mortero y al mazo, Bindi los tocaba de vez en cuando con cariño y sonreía para sus adentros.
Traducido por Inam Anda