Cuentos: ¿Quienes somos para mostrar nuestros rostros?
Érase una vez un shaikh con muchos años de estudio que peregrinó acompañado de un par de estudiantes devotos. Durante el viaje visitaron santuarios y lugares sagrados, y un día llegaron cerca de la tumba de un santo especialmente venerado de su tradición.
“Sin duda, debemos ir a saludarlo”, dijo el shaikh, y los estudiantes aceptaron encantados.
Pronto, la tumba se pudo ver, y todos los tres comenzaron a murmurar palabras de oración mientras se acercaban. Pero a medida que se acercaban, los pasos del shaikh se volvieron más lentos, hasta cuando ellos estuvieron tal vez veinte pasos de la entrada al santuario, él paró completamente.
Los alumnos esperaron pacientemente a que su maestro avanzara, pero como no se movía, dijeron: “Maestro, ¿no deberíamos entrar y presentar nuestros saludos?”.
“Me gustaría”, dijo el shaikh, “pero, ¿quiénes somos nosotros, ignorantes pecadores como somos, para mostrar nuestros despreciables rostros ante un santo tan grande? Su resplandor es impecable. Me avergüenza presentarme ante él con mis defectos”.
Los alumnos protestaron. “Maestro, nosotros, sus alumnos, somos ciertamente indignos, pero usted sin duda merece la audiencia del santo”.
“No, no”, dijo el shaikh, “¿cómo podría presumir de entrar?”.
Pero mientras hablaban de este modo, se acercó una joven campesina pobremente vestida, trayendo consigo a un pequeño niño. Con humildad, la mujer besó el umbral, e indicó al niño que hiciera lo mismo. Luego entraron, y la madre enseñó al niño lo que debía hacer. Hicieron su saludo con total sinceridad, rezaron una oración juntos y salieron del santuario, con los rostros radiantes.
Al salir, pasaron junto al shaikh y sus alumnos, y al shaikh se le saltaron las lágrimas. Luego, sin decir palabra, fue y se arrodilló humildemente ante la tumba.
Traducción: Abdel Kabir Mauricio Navarro J.