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El mundo de la Verdad Inner Call Podcast #134
Hubo una vez un buscador que perseguía incansablemente la verdad, dejando su tierra natal y viajando a lo largo y ancho del polvoriento mundo para encontrar a alguien que pudiera decirle el secreto de la existencia.
Por fin, un día, guiado por indicios, historias y rumores, y quizá también por algunos granos de intuición, llegó a la cueva de un ermitaño que había vivido en el desierto durante cuarenta años o más.
El buscador saludó al ermitaño con gran respeto y le dijo: “Maestro, después de muchos años de búsqueda, he llegado a saber que existe un mensaje oculto, conocido sólo por unos pocos, el mensaje místico de la verdad que otorga iluminación a quienes lo escuchan. He sido guiado a tus pies por la sed de conocer este mensaje, pues estoy seguro de que lo tienes para compartirlo. Humildemente te ruego, dime cómo puedo ganar el privilegio de escuchar esta perla de sabiduría de tus labios”.
El ermitaño estudió al buscador durante un tiempo, observando su rostro ansioso, sus ropas extranjeras y sus maneras. Por fin, con un esfuerzo por despertar una voz que casi nunca utilizaba, dijo: “El problema, hijo mío, es éste: no soy capaz de decir la palabra de la verdad en tu idioma”.
El buscador dijo: “Entonces permítame aprender su idioma, Maestro. He cruzado muchas tierras, escuchando muchas formas de hablar en el camino. Estoy seguro de que puedo aprender tu idioma, y entonces podrías conferirme la palabra de la verdad que anhelo”.
Después de un momento, el ermitaño asintió, y así el buscador encontró un albergue en algún lugar cercano, y comenzó a visitar al ermitaño todos los días. Hacía todas las pequeñas tareas que podía, aunque las necesidades del ermitaño eran mínimas, y cuando éstas se cumplían, se sentaba, esperando pacientemente a ser instruido en el lenguaje del maestro.
Pasaron semanas de esta rutina, y luego meses, y los meses se convirtieron en años. Entonces, un día el buscador pidió permiso para dirigirse al ermitaño.
“Maestro”, dijo, “me he dedicado a aprender tu lengua, pero empiezo a perder la esperanza. No sé cómo podré aprender tu lengua si nunca me hablas”.
El ermitaño miró al buscador con compasión y le dijo: “Hijo mío, creo que no tienes el don de las lenguas. He estado hablando, pero no has escuchado”.
El buscador miró al ermitaño con asombro.
“Como ves”, concluyó el ermitaño con tristeza, “mi lenguaje no son las palabras. Es el silencio”.
Traducido por Inam Anda