Hazrat Inayat : Confesiones pt VIII – Mi interés por el sufismo
Hazrat Inayat Khan concluye sus observaciones sobre los derviches con una visión de la extraña y fenomenal figura del Majzub. En el último párrafo se refiere al «Salik», que es un seguidor de un camino equilibrado de estudio y meditación, que debe distinguirse del «Rind», aquel que desecha todos los límites en la búsqueda de la Verdad.
Cuando me familiaricé con la extraña vida de los derviches, admiré lo mejor de ellos y fui capaz de reconocer a los Majzubs, que son los extremistas entre ellos. Estos están tan absortos en la visión interior que son absolutamente inconscientes de las necesidades externas de la vida. A veces son alimentados y vestidos por otros; su descuido del yo físico y su irresponsabilidad hacia el mundo hacen que a primera vista parezca que están locos, pero a veces, por sus poderes milagrosos sobre los fenómenos, se les distingue como Majzub. Se entiende que son los controladores de los elementos, algunos con respecto a ciertas porciones de la tierra o el agua, y algunos incluso para el mundo entero.
Su pensamiento, sus palabras y sus acciones parecen verdaderamente los de Dios Todopoderoso. Apenas se pronuncia la palabra antes de que se realice la acción. Cada átomo del universo parece estar esperando sus órdenes.
Una vez vi a un majzub en Calcuta, de pie en la calle y gesticulando como si estuviera dirigiendo todo el tráfico. Los transeúntes se reían de su locura. Pero a pesar de su extraño aspecto, tenía unos ojos brillantísimos, que emitían fuertes vibraciones magnéticas, que me atrajeron tanto que me pregunté si sería un majzub disfrazado de lunático; este disimulo lo practican a menudo para escapar del contacto con el mundo y de todas las preocupaciones de la vida. Si no adoptaran este método, les resultaría más difícil estudiar las alucinaciones naturales de la humanidad. Como dice Sadi, “Cada hombre en la tierra tiene una manía peculiar”.
La verdad de esto me fue mostrada por la forma en que el Majzub se rió al ver a la gente en la calle, apresurada y bulliciosa, como si sus pequeños asuntos fueran las únicas cosas importantes en el universo. Envié un mensaje al Majzub y le pregunté si quería venir a honrarme con su presencia, pero sacrificó mi petición a la llamada de los niños que, de repente, vinieron corriendo y se lo llevaron a jugar con ellos. Comprendí que prefería la sociedad de los niños, los ángeles de la tierra, a la asociación con los pecadores adultos, que no conocen otra cosa que el ego y sus satisfacciones ulteriores. Esperé pacientemente hasta la próxima vez que lo vi y le envié un mensaje rogándole que escuchara mi música. Cuando entró en la sala, me levanté de mi asiento para honrarle y le saludé con ambas manos. Su única respuesta fue que no necesitaba este homenaje, ya que recibía lo mismo bajo diferentes atributos y aspectos de todo el universo.
Para estar seguro de su Majzubiat le pregunté si era un ladrón. Me respondió sonriendo: «Sí», lo que me dio a entender que consideraba suyos todos los atributos buenos y malos, así como todos los nombres y formas, y que de este modo se elevaba más allá del bien y del mal, así como por encima de las alabanzas y las culpas del mundo.
Entonces se sentó y comenzó a hablar y a actuar de tal manera que todos en la sala debieron considerarlo demente. Pero yo le dije en un susurro que le conocía bien, que no podía engañarme, y le pedí que nos favoreciera con sus inspiradoras palabras y bendiciones. Entonces empezó a hablar del viaje que había hecho por el camino espiritual, describiendo cada plano como un fuerte que tenía que destruir con armas y cañones, hasta que llegó a la casa de su Padre y abrazó a su verdadero Señor espiritual. Y continuó contando cómo al final el Padre también había muerto y él heredaría Su reino al final.
Todo lo relató en un lenguaje tan pintoresco, que ninguno de los presentes, salvo yo mismo, pudo entenderle, e incluso yo sólo lo hice con un gran esfuerzo mental.
Un Majzub alcanza la perfección a través de la inocencia y desde la infancia aprende la verdadera dicha interior de la que estamos privados por nuestro conocimiento más engañoso del mundo exterior. Sin embargo, no es el camino que todos deben seguir; pero podemos derivar de él la verdad de la existencia y llevar una vida equilibrada, como hacen los Salik entre los sufíes.
Continuará…
Traducido por Inam Anda