Hazrat Inayat: La expansión de la consciencia, tercera parte
Continuamos con la tercera entrega de este texto muy importante. La publicación previa de esta serie puede encontrarse aquí.
Los Sufis de todos los tiempos han hecho su mejor esfuerzo para entrenar su consciencia. ¿Cómo la entrenaban? El primer entrenamiento es el análisis, y el segundo entrenamiento es la síntesis. El esfuerzo analítico es analizar y examinar la propia consciencia, en otras palabras, la conciencia propia, hablar con la conciencia, dirigiéndose a ella, “Amiga mía, toda mi felicidad depende de ti, y también mi desdicha. Si estás a gusto, yo estoy feliz. Ahora, para ser sincero, lo que me gusta y lo que no es lo que está en consonancia con tu aprobación.” Es hablar con la conciencia como el hombre que va donde el sacerdote a confesarse: “Mira lo que he hecho. Puede que esté mal, puede que esté bien; pero tú lo sabes, tienes una parte en esto. La influencia de esto en ti y en tu condición es mi condición, tu comprensión es mi comprensión. Si eres feliz, sólo entonces puedo ser feliz yo. Ahora, quiero hacerte feliz, ¿Cómo puedo hacerte feliz?”
Enseguida una voz de guía llegará de la conciencia: “Deberías hacer esto, y no esto; decir esto y no esto. De esta forma deberías actuar, y no de esta.” Y la conciencia puede darte una mejor guía que cualquier profesor o libro. Es un maestro vivo despierto en uno mismo, nuestra propia conciencia. E incluso los Maestros, los Gurús, los Murshids, lo que hacen es despertar la conciencia en el discípulo: despertar aquello que no está claro, que es confuso, volverlo claro. A veces lo hacen de una forma tan maravillosa, tan delicada que ni siquiera el discípulo se da cuenta.
Existe una divertida historia de un Maestro. Un hombre fue donde el Maestro y le dijo, “¿Me aceptaría como su discípulo?” El Maestro primero lo miró y luego dijo, “Sí, con mucho gusto.”
Pero el hombre dijo, “Piénselo un poco antes de decirme que sí. Hay muchas cosas malas en mi.”
El Maestro dijo, “¿Cuáles son estas cosas malas?”
El hombre dijo, “Me gusta la bebida.”
El Maestro dijo, “Eso no importa.”
“Pero,” dijo el hombre, “Me gusta el juego.” El Maestro dijo, “Eso no importa.”
“Pero,” dijo, “hay muchas otras cosas, hay incontables cosas.”
El Maestro dijo, “Eso no importa.” El hombre estaba muy contento. “Pero,” dijo el Maestro, “ahora que he aceptado todas las cosas malas que has dicho de ti, debes aceptar una condición.” El discípulo dijo que sí. El Maestro dijo, “No hagas ninguna de esas cosas que consideras malas en mi presencia.” El discípulo dijo, “Eso es fácil,” y se marchó.
Y al pasar los días y los meses, este discípulo que era muy profundo y desarrollado y entusiasta, regresó radiante, su alma desplegándose cada momento del día, y feliz a agradecer al Maestro.
El Maestro dijo, “Bueno, ¿cómo has estado?”
“Muy bien,” dijo.
El Maestro dijo, “¿Has hecho las prácticas que te he dado?”
“Sí,” dijo, “muy fielmente”.
“Pero, ¿qué hay de los hábitos que tenías de ir a diferentes lugares?” preguntó el Maestro.
“Bueno,” dijo, “a menudo intenté ir a apostar o a beber, pero a dondequiera que iba lo veía. No me dejó solo; cuando quería beber, veía su rostro frente a mí. No puedo hacerlo.”
Esa es la delicada forma en la que los Maestros trabajan con sus discípulos. No dicen, “No debes beber, no debes apostar.” Nunca lo hacen. La maravillosa manera del Maestro es enseñar sin palabras, corregir sin decirlo. Lo que el Maestro quiere decir, lo dice sin decirlo; cuando se lo pone en palabras se pierde. Puedes enseñar y ayudar cuanto puedas hacerlo sin palabras. Eso está bien; eso ayuda mucho más.
Ahora, volviendo al asunto más importante sobre la expansión de la consciencia. Existen dos direcciones para expandir; en otras palabras, hay dos dimensiones para expandir. La una es hacia afuera, la otra es la dimensión interna. Una dimensión se representa horizontalmente, la otra como una línea perpendicular. Estas dos dimensiones se representan como una cruz, el símbolo de la religión cristiana. Pero antes de que existiera la religión cristiana, en Egipto y el Tíbet ya existía; y hoy en día en las imágenes antiguas de símbolos budistas y tibetanos encontrarán el símbolo de la cruz. Una dirección es interna, la otra dirección es afuera; lo que se representa con la línea horizontal es afuera; lo que se representa con la línea perpendicular es adentro. La dirección de expandirse dentro es cerrar los ojos y la mente al mundo exterior, y, en lugar de extenderse afuera, deberíamos extendernos adentro. El alma tiene una acción, expandirse fuera, y arriba, y al frente, o a los lados, o atrás, o en una elipse. Es como el sol; su luz se extiende, envía corrientes. Así el alma envía corrientes a través de los cinco sentidos. Pero cuando se controlan los cinco sentidos, cuando el aliento se arroja dentro, los oídos no escuchan y la boca no habla. Entonces los cinco sentidos se dirigen al interior. Y una vez que se cierran los sentidos con la ayuda de la meditación, entonces el alma, que ha estado acostumbrada a extenderse fuera, comienza a extenderse dentro; y de la misma manera que obtenemos experiencia y energía del mundo exterior, obtenemos experiencia y energía del mundo interior. Y así puede extenderse más y más lejos, hasta alcanzar su Fuente original, y ese es el Espíritu de Dios. Esa es una forma, la de extenderse dentro.
Después, hay la forma de extenderse fuera; eso es expansión, que se logra cambiando la perspectiva. Porque somos estrechos, nuestra perspectiva es estrecha. Pensamos, “Soy diferente, ella es diferente.” Construimos barreras con nuestra propia concepción. Si viviéramos y nos comunicáramos con las almas de todas las personas, de todos los seres, nuestro horizonte naturalmente se expandiría tanto que podríamos ocupar la esfera invisible. Es de esta forma que se logra la perfección espiritual. La perfección espiritual, en otras palabras, es la expansión de la consciencia.
Continuará…
Traducido por Darafshan Daniela Anda