Hazrat Inayat : The Path to God pt I (Spanish version)

Hazrat Inayat : El Camino hacia Dios pt I

El Inner Call inicia ahora una breve serie basada en un enigma fundamental: cuál es la actitud
del sufí hacia Dios. Debe quedar claro que cuando Hazrat Inayat Khan habla aquí de un sufí, se
refiere a un alma desarrollada, más que a un principiante en el camino.

Alguien que se encuentra fuera del Sufismo siempre está confundido en cuanto a la actitud del
Sufí hacia Dios. No puede distinguir si el sufí es un adorador de Dios o un adorador de sí
mismo, si el sufí pretende ser Dios, si es un idólatra o si adora al Dios sin forma del cielo. El que
se cuestiona así tiene algo de razón para ello, porque cuando ve que en este mundo hay
creyentes e incrédulos, que hay algunos que adoran a Dios y otros que no, no puede
comprender la actitud del sufí; no puede decidir si el sufí es un novato en el camino espiritual
o si ha llegado a la meta. Si lo llama principiante, no puede probárselo a sí mismo, debido a la
personalidad del sufí que irradia a Dios. Y si lo llama alguien que ha llegado a la cima de la
espiritualidad, entonces piensa: “¿Cómo puede un sufí, que se supone que es un hombre que
se ha hecho consciente de Dios, ser tan infantil como para adorar a Dios de la misma manera
que todos los demás, cuando dice que no ve ninguna importancia en la adoración de la forma,
que está por encima de ella?

Además, hay algunas actitudes del sufí que escandalizan a un hombre religioso, a una persona
ortodoxa, porque la comprensión del sufí no siempre puede refrenarse. Puede que él lo
intente, pero a veces salta a la vista, y entonces uno empieza a dudar si el sufí es realmente un
adorador de Dios o si interiormente siente algo diferente hacia Dios. El sufí, por lo tanto, es un
enigma para una persona que no lo puede comprender plenamente, para alguien que está
fuera del sufismo, porque no sabe lo que el sufí cree y lo que no cree.

Hay cuatro etapas diferentes en la comprensión de Dios del sufí. La primera y primitiva etapa
es hacer un Dios. Si no lo hace de una roca o de madera, lo hace de su pensamiento. No le
importa, como no le importaría a un idólatra, adorar al Dios que él mismo ha creado. ¿De qué
lo hace? De su imaginación. El hombre que no tiene imaginación permanece en el suelo; no
tiene alas, no puede volar. El sufí imagina que, a pesar de toda la injusticia de la naturaleza
humana, existe un Ser justo, y adora a este Ser que ha imaginado, como su Dios.

A pesar de todos los amantes y amados poco confiables, imagina que hay un Amante y Amado
de quien siempre puede depender. Piensa: “A pesar de esta naturaleza humana siempre
cambiante y poco fiable que me rodea, hay una fuente confiable e inmutable de amor y de
vida ante mí. Él escucha no sólo mis palabras, sino todos mis pensamientos. Él siente todos mis
sentimientos, y está continuamente conmigo y dentro de mí; a cualquier lado que me vuelva
me encuentro con Él. Me protege cuando estoy dormido, cuando no soy consciente de
protegerme a mí mismo: Él es la fuente de mi apoyo, y Él es el centro de toda sabiduría. Él es
misericordia, Él es compasión. Dios es el mejor amigo, de quien siempre puedo depender. Y si
el mundo entero se aparta de mí, seguiré teniendo a ese amigo, un amigo que no se apartará
como lo hacen los amigos de esta vida terrenal después de haber enterrado a su querido
amigo o pariente, un amigo al que encontraré incluso en mi tumba. Dondequiera que yo
exista, siempre tendré a este amigo conmigo”.

Continuará…

Traducido por Inam Anda

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