Cuentos: ¡El burro se ha ido!
Sucedió una vez que un buscador, montado en su fiel burro, llegó a un lugar donde vivía un grupo de sufis. Pensando que sería prudente aprovechar esta oportunidad, el buscador dejó su burro al cuidado del portero y entró.
Los sufis eran, como cabía de esperarse, humildes hijos de la más dura pobreza. En ese momento hacía quizás tres días que habían comido su último mendrugo de pan. Saliendo de sus contemplaciones, dieron la bienvenida al buscador con gran calidez, pero no tenían nada que ofrecerle, salvo un poco de agua en un vaso roto.
Sin embargo, al poco tiempo, el guardián de la puerta se acercó al Shaikh del grupo, le murmuró unas palabras al oído y le dio una pequeña bolsa de dinero. “Alabado sea Dios”, dijo el Shaikh, y ordenó comida para todos.
Pronto toda la asamblea se dio un festín -pues para una persona hambrienta, incluso un trozo de pan es un banquete- y después, sacaron instrumentos y comenzaron a cantar sentidas alabanzas al Proveedor Divino.
Una canción en particular causó una profunda impresión en el buscador. Una y otra vez, en éxtasis, los sufis cantaban: “¡El burro se ha ido! El burro se ha ido!” Y el buscador, absorvido por su éxtasis, cantaba con ellos: “¡El burro se ha ido!”. Sabía que había algún misterio en la canción que no entendía, pero se abandonó a la alegría del grupo y se sintió transportado a otro mundo.
Por la mañana, tras despedirse del Shaikh y de la asamblea, el buscador se acercó al portero y le pidió su burro.
Pero el portero le miró como a un tonto. ¿Cómo puedes decir eso?”, le preguntó, “cuando tú mismo has cantado más fuerte que nadie: “¡El burro se ha ido! Agradece la alegría de la asamblea, hermano, y no cometas el error de querer deshacer tu regalo”.
Traducido al español por Arifa Margarita Rosa Jáuregui