Cuentos: ¿Cuánto valgo?
Había una vez un hombre muy honesto y piadoso que, por su arduo trabajo, sus habilidades y su carácter irreprochable, había llegado a ser el ministro del rey encargado de todos sus asuntos financieros. El rey estaba feliz de tener a alguien en quien confiar, pero, naturalmente, dondequiera que haya éxito, habrá celos, y un día alguien con esa sombra en el corazón se acercó al rey en privado.
“Su majestad”, dijo el intrigante, “este ministro se está volviendo muy rico, y podría ser que esté construyendo su fortuna con el tesoro real”.
El hombre celoso luego le dijo al rey que de alguna manera había visto las cuentas del ministro y sabía el valor total de sus bienes. Su consejo al rey, por tanto, fue el siguiente. “Pregúntele, majestad, cuánto vale. Si nombra una cifra más baja que esta”, y le dio al rey un trozo de papel, “significa que está tratando de ocultarte algo, ¡y entonces debe tener cuidado!”.
Al rey le costaba creer que su ministro lo estaba engañando, pues parecía ser honesto, modesto y muy religioso en sus hábitos. Sin embargo, la próxima vez que vio al ministro, dijo: “¿Y cómo van tus propios asuntos?”.
“Me va bastante bien, su majestad,” dijo humildemente el ministro.
“Cuidas bien mis cifras”, dijo el rey, “así que supongo que también conoces tus propias cuentas. Dime, ¿cuánto vales?”, preguntó el rey.
El hombre frunció el ceño, pensó por un momento y dijo: “No podría decir el centavo exacto, su majestad, pero …” y nombró una cifra que era, para consternación del rey, tal vez una décima parte de lo que le había dicho el intrigante.
“¿Qué?” demandó el rey enojado. “Sé con certeza que tienes diez veces esa cantidad. ¡Cómo te atreves a mentirme! ¡Confiscaré todas tus propiedades!”.
El ministro se inclinó respetuosamente y pidió permiso al rey para explicar. “Señor”, dijo, “usted no me preguntó lo que tengo, sino lo que valgo. Lo que poseo puede cambiar de un día para otro y, como usted mismo ha demostrado, se me puede perder todo en un momento. Pero ¿qué valgo yo…? Solo Dios conoce la verdadera respuesta, pero lo que he dado en caridad no me lo pueden quitar, y esa es la cifra que cité”.
Traducido por Yaqín, Rodrigo Esteban Anda